POR JESÚS DE LA ROSA
El sistema dominicano de instituciones de educación superior se ha transformado de manera significativa en los últimos 40 años. La población estudiantil ha aumentado considerablemente; hay una diversidad de instituciones del género con fines y funciones variadas; y se han multiplicado y diversificado las carreras profesionales y los programas de estudios que en ellas se cursan.
Ninguna de las otras instituciones de este país vive mayores transformaciones y afronta mayores retos que aquellos que experimentan nuestras universidades y nuestros institutos de estudios superiores. Las mismas han venido experimentando cambios en su estructura y composición, en su papel ante la nación, en los objetivos que se trazan, y en la organización que se dan para alcanzarlos.
El avance de la democracia en la República Dominicana y, como consecuencias de ello, la ampliación de las oportunidades educativas, ha sido el motor generador de esas transformaciones.
En tiempos de Trujillo, la universidad era un coto cerrado, un patrimonio de una minoría privilegiada.
Hoy cursa estudios en la Universidad Autónoma de Santo Domingo un número cada vez mayor de jóvenes que antes no hubieran podido acceder a ella; mujeres que años atrás debían de contentarse con encontrar un buen marido; gente marginada y sin apoyo; profesionales que buscan actualizar sus conocimientos mediante cursos cortos, diplomados, o post grado; y adultos que aspiran a obtener el título profesional que no pudieron alcanzar cuando eran mozos.
A pesar del crecimiento acelerado de la población de jóvenes dominicanos que cursan estudios en universidades y en institutos técnicos de estudios superiores, la taza de escolarización del nivel terciario aquí sigue siendo baja: 318 mil 641 estudiantes matriculados en el primer semestre del año 2006 en las 33 universidades y en los 8 institutos de estudios superiores, es decir, menos del 10% de los dominicanos y dominicanas de edades comprendidas entre los 18 y 30 años.
La población estudiantil de la Universidad Autónoma de Santo Domingo sobrepasa lo 175 mil estudiantes, más de la mitad de la población universitaria del país.
La influencia de la Universidad estatal en la sociedad dominicana es considerable. Su origen data de los tiempos coloniales. La UASD es más vieja que la República: y en su momento llegó a ser la única institución del país de alcance nacional. A esto puede agregársele, además de la calidad de la enseñanza que allí se imparte, el desarrollo de sus investigaciones y lo bien orquestada de su política de extensión cultural.
Los catedráticos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Luis Gómez, Marcio Veloz Maggiolo, Guarocuya Batista del Villar, Máximo Avilés Blonda, Pedro Mir, Aída Cartagena Portalatín, Roques Adames Rodríguez, Tirso Mejía Ricart, Rafael Kasse Acta, Hugo Tolentino Dipp, Franklyn Franco, Fernando Sánchez Martínez y otros que escapan a mi memoria jugaron en su oportunidad un papel decisivo en la consolidación de la cultura nacional y en el conocimiento de la sociedad dominicana.
En tiempos del gobierno de ¨los doce años¨ la UASD era el único espacio de la geografía dominicana donde era posible el ejercicio libre del sufragio, la libertad de asociación y de cátedras, y el libre debate de las ideas.
A pesar de sus problemas, la UASD fue, y es, a la vista de todos, la conciencia crítica de la nación.
La sociedad dominicana registra grandes contrastes; forma parte de ella una heterogeneidad de grupos humanos, razón por la cual esa Alta Casa de estudio fue y sigue siendo, un recurso de movilidad social.
Aquí ocurre con mucha frecuencia que un profesional destacado es el único miembro de su familia que ha cursado estudios superiores.
Sabemos que en el mundo de hoy son otros los fines de la universidad. Y como lo destaca el investigador mexicano Salvador Melo en la introducción de su ensayo ¨Más Allá de la Autonomía¨ publicado en 1996 por el Programa Columbus: ¨por alejados que estén nuestros países de aquellos más industrializados, la creciente globalización implica que los trabajadores y los productos de esos países compiten con los de los nuestros. Por aisladas, circunscritas o protegidas que estén nuestras universidades, sus egresados, e incluso ellas mismas, están siendo medidos, cada vez con mayor frecuencia, según los estándares y normas ajenas a los que para ellos, son tradicionales. Las telecomunicaciones y la tecnología informática facilitan las comparaciones, amplificando y multiplicando los indicadores y parámetros provenientes de los países dominantes; los organismos internacionales enfatizan y acentúan esos paradigmas; nuestros gobiernos tienden, por añadidura, a aceptarlos como la referencia y norma obligada ¨
Las autoridades de la Secretaría de Estado de Educación Superior, Ciencia y Tecnología han venido propiciando encuentros y discusiones entre expertos extranjeros y técnicos nativos de esa dependencia estatal, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y de otras universidades e institutos superiores del país acerca de los problemas que afectan a la educación superior. Hemos debatido temas como el de financiamiento, gerencia, uso de tecnologías de punta en la conducción de los aprendizajes, y evaluación de las universidades con expertos de la Universidad de París, de Madrid y de Galicia; también, con expertos del Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe; y lo acabamos de hacer con investigadores de las universidades de Ottawa y de Montreal.
Es lógico que al pensar en el futuro de nuestra educación superior tomemos muy en cuenta y analicemos con mucho detenimiento lo que está ocurriendo en otras universidades del mundo, así como de que manera esas ocurrencias pueden afectarnos. Pero, a la hora de decidir qué cambiar y qué conservar de nuestras universidades y de nuestros institutos superiores debemos de partir de un conocimiento acabado de nuestra realidad.
En esas discusiones e intercambios de puntos de vistas con expertos de organismos internacionales y de universidades extranjeras hemos podido observar en algunos de nuestros jóvenes especialistas ciertas actitudes de seguimiento y de obediencia casi ciega a los dictámenes de los expertos extranjeros. Incluso, los hemos visto usar los mismos argumentos e imitar los gestos de sus pares extranjeros.
Sí una persona de menos de 30 años no es capaz de sostener un punto de vista contrario al de una autoridad local o al parecer de un experto extranjero, estaría colocada en la vía de en un futuro cercano no servir para nada.
El lector podrá recordar que hace unos años con solo oír exponer a un individuo se podía identificar a que capilla de las izquierdas pertenecía o en que partido liberal militaba.
Hoy, en materia de discusión de asuntos relacionados con la educación superior, ocurre casi lo mismo. Después de la exposición de un joven experto, entre sus pares más viejos suele aflorar un señalamiento parecido a éste: fulano es contraparte nacional de tal o cual agencia u organismo internacional o cursa estudios de doctorado ¨ on line ¨ en la universidad de tal país.
En vez de aceptar como hechos cumplidos la globalización de la economía, la política de mercados abiertos a la competencia internacional, y la firma de acuerdos internacionales de libre comercio ¿por qué los departamentos de economía de nuestras universidades no abordan con detenimiento y claridad el problemático tema de la globalización en su ambigüedad y en sus raramente diferenciadas dimensiones? ¿O es que todavía los directores de esos organismos académicos creen que cualquier clase de crecimiento económico genera empleos y que la rebaja drástica de los impuestos genera bienestar?
No dudamos que lo que viene aconteciendo en el panorama internacional afectará a nuestras instituciones de educación superior; pero, creemos firmemente que las acciones de los sistemas de educación de los países altamente industrializados responden a las condiciones de vida de esas sociedades. Y que los remedios a los problemas de la educación superior de esas naciones que hoy se muestran como la causa del progreso de las mismas no implican que sean las respuestas más adecuadas a nuestros problemas.
Resulta hasta cierto punto inútil hablarle de robótica, de telemática, de acreditación internacional, de ¨accoutability¨ y de otras sandeces por el estilo a un rector enfrentado a problemas como la falta de dinero para cubrir el pago de la nómina o al de la falta de aulas y de materiales y equipos de laboratorios.
Entre otros cometidos, la universidad debe desarrollar investigaciones, colaborar con las necesidades de formación de recursos humanos altamente calificados, proveer de educación y entrenamiento especializados de alto nivel, contribuir al aumento de la producción y la justa distribución de las riquezas, actuar como mecanismos de selección de aquellos que demandan de empleos de alto nivel en el servicio público, proporcionar un canal de movilidad social a los hijos de familias de bajos ingresos, ofrecer servicios a su región y comunidades cercanas, fortalecer los valores implicados en la transmisión de una cultura común y preparar los hombres y mujeres que habrán de desempeñar papeles de liderazgo en la sociedad y que habrán de ocupar posiciones de influencia en la vida pública de la nación.
Dos tendencias contradictorias impactarán el futuro inmediato de la nación dominicana: nuestra incorporación forzosamente selectiva a una economía globalizada y la necesidad de responder adecuada y equitativamente a una gran parte de nuestra población que vive en estado de extrema pobreza.
Sabemos que la Universidad debe transformarse; pero para hacerlo no tiene porque dejar de ser ¨una institución que une a profesores, estudiantes y trabajadores de apoyo a la labor académica, con el propósito de dar cumplimiento a la misión universitaria orientada hacía la búsqueda de la verdad, la proyección del porvenir de la sociedad dominicana y el afianzamiento de los auténticos valores de ésta ¨ .
Por paradójico que parezca, la Universidad Autónoma de Santo Domingo podrá cambiar en beneficio de la nación en la medida en que pueda permanecer siendo lo que ha sido y lo que es.