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Los dominicanos -plural genérico- heredamos la Universidad Autónoma de Santo Domingo de la institución de educación superior que fundara aquí el Papa Pablo III en el Real Convento de los Dominicos. Dicha Universidad ha jugado un papel de primer orden en el desarrollo de la sociedad dominicana. Al igual que cualquier otra de las más de treinta universidades instauradas en América por la Corona española, la Pontificia Real y Autónoma Universidad de Santo Domingo – así es como debe llamársele- se ocupó en su primera etapa de la formación del personal requerido por la burocracia colonial, civil y eclesiástica, y contribuyó luego a la sustitución de las autoridades coloniales por los representantes de la oligarquía criolla, y, varios siglos después, apoyando el ascenso social y el progreso de las clases medias a través del Movimiento Renovador. Nuestra Universidad, la Primada de América, tardó siglos en democratizar sus estructuras y en adoptar como característica irrenunciable su independencia de los poderes públicos. En principio, esa Vieja Casa de Estudios no fue un lugar predilecto para el cultivo de las ciencias experimentales sino una capacitadora de los servidores de la colonia. La UASD ha sido testigo y, a veces víctima, de la evolución de la sociedad dominicana que en las últimas décadas ha avanzado entre la tradición y el progreso y entre las viejas y más avanzadas costumbres. Todo ese devenir ha afectado muy de cerca a esa Vieja Casa de Estudios, obligándola en ocasiones a mantener una tensa vigilia ante los poderes públicos y ante las invasiones foráneas. Pasaron muchas décadas antes de que la Universidad Primada lograra alcanzar ciertas metas en la consecución de un mínimo de respeto hacia quienes configuraban su cuerpo docente e investigador. La no dependencia para la investigación científica, junto a la libertad para la expresión de las ideas, se constituyen en principios irrenunciables para que la Universidad Primada cumpliera, a partir del Movimiento Renovador, los fines que la sociedad le demandaba. Es que una institución de educación superior que no disfrute de autonomía y de libertad de cátedra podría ser calificada de cualquier otra cosa menos de universidad. La autonomía y la libertad de cátedras permitieron que las universidades se fueran convirtiendo como bien lo expresara Ares Pons “en un ámbito destinado al cultivo del conocimiento en su más amplia aceptación, donde la reflexión crítica, epistemológica y ética sobre ese mismo conocimiento, sobre su aplicación social, sobre sí misma, y sobre la sociedad en su conjunto constituyen las tareas esenciales”.
En la época actual de cambios acelerados en todo el mundo, las universidades pueden y deben de realizar importantes aportaciones al avance y progreso de las sociedades.
La República Dominicana, en un plazo de menos de 60 años, ha llevado a cabo una notable transición desde un prolongado período de cruel tiranía a una democracia en pleno funcionamiento. Compartimos la opinión de muchos de nuestros colegas universitarios, en el sentido de afirmar que el Movimiento Renovador Universitario ya cumplió con las tareas que la historia le tenía reservadas. Conservando los valores que nos legara ese glorioso movimiento y teniendo muy cuenta la incidencia de una infinidad de hechos y datos que se dan en forma incesante y que inciden en nuestra vida económica, debemos de procurar que la UASD incida cada día más en la vida económica de la nación, en el mundo del trabajo, y en el progreso social.