La utopía populista

La utopía populista

La utopía perredeísta, específicamente la encarnada en la facción pepehachista, no es una visión ideológica, una idílica anticipación de un futuro soñado, ni la altruista obsesión de un líder motivado en el bien común. Es en cambio la forma de ver y actuar frente a las fácticas realidades del presente. La utopía populista es el hecho concreto que el personalismo deforma hasta la anti-realidad convertida en sistema.

El populismo perredeísta ha impuesto un estilo político en el que el ejercicio puro y simple del poder, por sí mismo justifica y legítima cualquier forma de conducta, no importa cuan marginada esté de los imperativos éticos ni del interés nacional. A confesión de líder: «el poder es para usarlo». La mentira, la difamación, la calumnia, la colusión chantajista y otras malas artes, son herramientas a la mano que pueden, llegada la ocasión, ser utilizadas en el negocio de la política con tal de potenciar las ganancias personales. Porque esos conceptos alcanzan una valoración positiva en la antirreal e interesada interpretación de la auténtica realidad. En la paradoja populista, verdad y mentira son intercambiables a voluntad y sin desmedro de prestigio de quien las prefiere y manipula.

El ethos de la sociedad dominicana ha sido desnaturalizado; su pathos, burlado y escarnecido. Porque si el ethos es la forma de ser, comportarse, y relacionarse socialmente el individuo, el ahora denominado «comportamiento atípico» de la expresión y el talante de la primera magistratura, lo ha corrompido y degradado.

Similarmente, si el pathos es el «halo de invulnerabilidad intelectual» protector de toda noción (valor, costumbre, tradición, idea, símbolo, institución, funcionario o prócer), que son caras a la sociedad y la nación dominicanas; inatacables por la crítica adversa o el análisis objetivo, por temor a la repulsa o la sanción de la sociedad, no cabe duda de que el pathos social dominicano ha sido burlado, vejado, y escarnecido por el abusivo ejercicio del poder público en beneficio de facciones y personas particulares, o el selectivo perjuicio de quienes ni comulgan ni son gratos a los que a título precario detentan el poder.

Y pueden hacerlo con impunidad asegurada porque nuestra sociedad carece de una auténtica clase dirigente que como tal propicie el desarrollo del andamiaje institucional capaz de inducir en la gente el secreto temor de irrespetar esos primordiales valores. Para ello es necesario que funcione una impersonal y difusa picota pública que califique el prestigio individual del ciudadano y anatematice su contumaz e inmoral comportamiento. Actualmente, en el éxito y el crecimiento del dominicano más influye su capacidad de trapacería y marrullería, que su bien ganado prestigio personal.

Los numerosos medios informativos del país nos muestran día a día la parafasia de un discurso reeleccionista que luce mendaz, desvergonzado, descarado o cínico. La parafasia se define como «un trastorno de las palabras que dejan de corresponder a la expresión del pensamiento o pierden su verdadero significado». Nos parece que tal parafasia es la forma de lenguaje posible y compatible con la anti-realidad a que obliga el propósito continuista. En el que cada palabra o concepto es una antítesis del compatible con la realidad.

La parafasia autoriza a afirmar sin rubor que el de Leonel Fernández fue un gobierno desastroso, pese a que en su período se registró una de las mayores tasas de crecimiento económico del mundo, se mantuvo el equilibrio del gasto público y la estabilidad de precios, se redujo la deuda externa, se abordó el espinoso y necesario proceso de privatización y se avanzó en el proceso de organización y modernización de la administración pública.

Es la parafasia la que pretende explicar el mal desempeño del gobierno por la crisis; y no la crisis por el pésimo desempeño del gobierno.

El discurso «parafásico» ha convertido: «profundización de la crisis debido a la cuestión Baninter»; en «origen de la crisis»; cuando la realidad es que todo ha sido el resultado de sumarle a una gran crisis económica en curso, otra crisis política en efervescencia debida a tremendas contradicciones intrapartidarias.

El colmo de una parafasia que se eleva al plano de la magia, es el intento de convencer al electorado de que un próximo período sería el de los buenos tiempos, lo cual quiere decir que en los malos que concluyen el gobierno no gobernó. Que irónicamente aunque por razones diferentes, es lo que creen los pobres. Porque a pesar del «rostro humano» de la prometida política económica; cuatro años después su número ha «engordado» un 20 por ciento. Eso lo afirma un reciente estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Al cual agregaríamos como coda, que en el año 2000 nuestro país figuraba en la nómina de los 7 del continente con posibilidad de lograr la meta de reducir a la mitad el nivel de pobreza hacia el 2015. En buen dominicano: (eso se ha ido al cachimbo!

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