La Vega Real no lo permitirá

<p>La Vega Real no lo permitirá</p>

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
La proposición de un diputado peledeísta, firmada además por 24 diputados más del PLD, de cambiarle el nombre a la ciudad de La Concepción de La Vega Real, por el de Juan Bosch, tiene innumerables lecturas.

La primera de ellas es que dicho legislador parece que en la escuela primaria a la que asistió (si fue que lo hizo a tiempo completo), no estudió Historia Patria.

Señores legisladores (qué vergüenza para la Cámara de Diputados, qué vergüenza), la ciudad de La Concepción de La Vega Real puede reputarse como la primera ciudad del Nuevo Mundo.

Fue fundada por Bartolomé Colón en el 1495 y destruida en el 1562, pero nuevamente erigida a unos siete kilómetros al Este de la vieja ciudad, conservando todos los honores y privilegios que le había concedido el rey de España.

La Concepción de la Vega Real ha sido una ciudad de poetas, músicos, atletas y profesionales en todas las ramas. Por algo se le ha llamado “ciudad culta y olímpica”.

Y a esa ciudad, a esa ciudad, señores y señoras, es a la que un grupo de legisladores (para los que la historia es un simple “pedazo de papel”), pretende quitarle el nombre para ponerle Juan Bosch.

Bosch, uno de los más grandes políticos dominicanos de todos los tiempos, era vegano. Y, por su propia voluntad, al morir sus restos fueron sepultados en el cementerio municipal de su ciudad.

Yo tuve la honra de conocer personalmente a Juan Bosch. Antes de partir para el exilio Bosch trabajaba en La Vega y todos los días, a las cinco y media de la tarde, estaba en mi casa, que era la última casa de “la carretera”, que no era otra cosa que el comienzo de la calle principal de mi ciudad.

En mi casa Bosch esperaba, junto a mis padres, el paso del “torpedo”, una especie de “voladora” en forma de torpedo, que lo llevaba siempre a su casa de Río Verde. Y cuando el “torpedo” se retrasaba, Bosch cenaba con nosotros. Por eso cuando regresó del exilio y yo, a la sazón redactor político de El Caribe, le fui presentado, dándome le mano se produjo el siguiente diálogo: Yo  : “Francisco Alvarez Castellanos, de El Caribe”. Bosch : Sin soltarme la mano, me aprieta ésta y mirándome fijamente a los ojos me dice: “ Alvarez y Castellanos, hijo de Pipí y Gloria. Yo le debo 50 pesos a tu tío Francisquito”.

Me faltó tiempo para preguntarle a mis padres sobre el asunto y no sólo lo corroboraron, sino que me hicieron numerosas historias de Bosch.

Escritor y cuentista uno, un poeta el otro, aprovechaban el tiempo de la espera para leerse mutuamente sus últimas creaciones literarias.

Por tanto, para mí el nombre de Juan Bosch es punto menos que sagrado. Y a nadie le permitiría que se veje su memoria. Y los diputados que acaban de pedir que su nombre se le dé a la ciudad que lo vio nacer, pero que tiene el privilegio de ser la primera ciudad del Nuevo Mundo (léanse la historia de La Concepción de La Vega, escrita por el doctor Guido Despradel Batista, vegano también), lo que han hecho es hacer algo que Bosch, en vida, jamás habría permitido.

Espero que la Cámara de Diputados no le dé paso a ese anti-histórico proyecto.

Porque La Concepción de La Vega Real, los veganos, ¡jamás lo permitiremos! Y seguiremos rindiendo honores a los restos del ilustre personaje que fue Juan Bosch, en el lugar donde reposan por su expresa voluntad.

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