La verdad del cambio climático

<p>La verdad del cambio climático</p>

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Luego de la película documental «An inconvenient truth» (Una verdad incómoda), protagonizada por el ex vicepresidente y ex candidato presidencial de los Estados Unidos Al Gore, se ha desatado una pequeña guerra de opiniones en relación con la certeza de la amenaza que significa el cambio climático.

Era muy lógico que sectores de la economía norteamericana opuestos al protocolo de Kyoto pusieran en movimiento sus resortes para contrarrestar las evidencias presentadas por Gore. En realidad, es una verdad demasiado incómoda como para quedarse tranquilo en un sofá.

«El cambio climático es una amenaza para la humanidad –publicó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en el 1999-, pero nadie puede determinar con seguridad sus futuros efectos o la magnitud de éstos». Con cada día que pasa los efectos del cambio climático se presentan con mayor crudeza, y hasta probablemente dichos cambios se están presentando antes de las fechas concebidas.

«La reacción ante esa amenaza seguramente será compleja y difícil», aseguraba el PNUMA, y lo estamos viendo, porque incluso están los escépticos (y LO$ ESCEPTICO$) que todavía rechazan los argumentos científicos que demuestran lo que está ocurriendo.

El mismo PNUMA advertía en el 1999 que «persiste incluso un desacuerdo sobre si realmente existe un problema: mientras numerosas personas temen la extrema gravedad de los efectos, otras todavía argumentan que los científicos no pueden dar pruebas irrefutables de que sus previsiones se harán realidad».

De manera que, aunque son cada vez menos los escépticos, tienen suficiente poder como para desatar una campaña de descrédito contra el movimiento ambientalista y científico mundial que mantiene el alerta en relación con el cambio climático, y hay que salirle al paso a eso.

La verdad es que en casi todos los círculos científicos ya no se plantea determinar si el cambio climático es un problema potencialmente grave, sino en qué forma se manifestará, cuáles serán sus repercusiones, y cuál será la mejor forma de detectarlas. Los modelos informáticos de un sistema tan complicado como el sistema climático de nuestro planeta no están aún lo suficientemente avanzados para brindar respuestas claras y concluyentes. No obstante, si bien el cuándo, el dónde y el cómo no están definidos, el panorama que se desprende de estos modelos climáticos no lanza señales de alarma.

Entre las advertencias lanzadas a finales de la década el 90 estaba la de que los regímenes de precipitaciones regionales podrían variar. Se advirtió que el ciclo de evapotranspiración de las plantas se acelerará a nivel mundial; ello implica que lloverá más, pero también que las lluvias se evaporarán más rápidamente, dejando los suelos más secos durante los períodos críticos de la temporada de cultivo.

La aparición de sequías nuevas o más intensas, en particular en los países más pobres, podría disminuir el abastecimiento de agua potable hasta el punto de plantear una amenaza grave para la salud pública. Dado que los científicos no tienen entera confianza en los pronósticos regionales, no se aventuran a definir con precisión las zonas del mundo expuestas a volverse más húmedas o más secas, pero, habida cuenta de que los recursos hídricos mundiales ya se hallan bajo una gran presión en virtud del rápido crecimiento demográfico y la expansión de las actividades económicas, el peligro es obvio.

Los culpables y los… culpables

Por lo regular, de alguien es la culpa cuando algo sale mal. O igualmente, puede ser culpable un grupo, o una parte de un grupo. Pero de todas maneras, cuando algo sale mal o está perjudicando a un sector pequeño o grande de una comunidad o una sociedad, hay culpables e inocentes.

Sin embargo, en el caso del cambio climático, se presenta la situación de que hay culpables y culpables, solo que hay unos más culpables que otros.

Según el PNUMA, «en el problema del cambio climático hay una injusticia fundamental, que exacerba las relaciones ya problemáticas entre las naciones ricas y pobres. Los países con los niveles de vida más altos han sido los principales responsables (aunque inconscientemente) del aumento de los gases de efecto invernadero: las primeras regiones industrializadas (Europa, América del Norte, el Japón y otras) consolidaron su riqueza en parte dejando escapar a la atmósfera grandes cantidades de gases de efecto invernadero, mucho antes de que se conocieran las probables consecuencias. Los países en desarrollo ahora temen que se les diga que deben limitar sus actividades industriales en ciernes, puesto que la atmósfera ha llegado a su límite de tolerancia».

Y es verdad, los mayores responsables son los países industrializados. Pero nosotros, los no industrializados, somos consumidores, y a una velocidad tal de consumo que nos pone a alucinar, alucinando que somos también del mundo industrializado y desarrollado. Y es ese consumo la especie de droga alucinógena más perjudicial a la hora de decidir cuándo debemos de parar de consumir solo por consumir, o por lo menos, consumir productos naturales no procesados.

Es por eso que somos todos culpables, aunque unos sean más culpables que otros.

Una respuesta de la naturaleza

El calentamiento de la atmósfera es un ejemplo particularmente ominoso del insaciable apetito del hombre por los recursos naturales. En el curso del siglo pasado hemos extraído y quemado depósitos ingentes de carbón, petróleo y gas natural que tardaron millones de años en acumularse. Nuestra capacidad para quemar combustibles fósiles a un ritmo muchísimo más rápido de lo que llevó crearlos ha perturbado el equilibrio natural del ciclo del carbono. La amenaza del cambio climático se presenta porque una de las pocas formas en que la atmósfera, que también es un recurso natural, puede reaccionar ante las vastas cantidades de carbono liberado del subsuelo terrestre es calentarse.

Entre tanto, las expectativas del hombre no menguan sino que van en aumento. Los países del «Norte» industrializado representan el 20% de la población mundial, pero utilizan alrededor del 80% de los recursos de la Tierra: para las pautas mundiales, viven sumamente bien. Es agradable llevar una buena vida, pero si cada persona consumiera tanto como los norteamericanos o los europeos occidentales –y eso es a lo que aspiran miles de millones de personas-, probablemente no habría suficiente agua potable y otros recursos naturales vitales para todos. ¿Cómo podremos satisfacer esas crecientes expectativas cuando ya el mundo se halla bajo tanta presión?

Un comportamiento amable con el clima

Para reducir al mínimo las emisiones de gases de efecto invernadero será necesario que los encargados de la formulación de políticas adopten algunas decisiones enérgicas. Cada vez que se añade o suprime una subvención, y cada vez que se establece una reglamentación o una reforma, siempre hay alguien que no está de acuerdo. Si bien las políticas de reducción de emisiones bien concebidas y orientadas al mercado deberían redundar en beneficio de la economía en su conjunto. La acción o la omisión del gobierno siempre contribuye a que haya ganadores y perdedores en el mercado.

La compleja cuestión que se plantea a los encargados de la formulación de políticas es concebir marcos normativos en los que intervengan plenamente las energías de la sociedad civil. Su meta debe ser abrir las compuertas de la creatividad industrial. La experiencia indica que con frecuencia las empresas responden de forma rápida y positiva a los incentivos y las presiones. Si se crea el entorno de una política correcta, el sector empresarial ha de desplegar tecnologías y servicios que produzcan un bajo nivel de emisiones, mucho más rápido de lo que muchos estiman posible actualmente.

Las escuelas, los grupos comunitarios, los medios de comunicación, las familias y los consumidores también pueden prestar una contribución fundamental. Los particulares pueden ayudar concretamente, cambiando sus hábitos y ponderando cuidadosamente sus adquisiciones e inversiones. Si los consumidores están persuadidos de que los criterios cambian, comenzarán a adoptar múltiples pequeñas decisiones que, una vez sumadas, pueden tener un efecto espectacular en las emisiones.

Más leídas