La vergüenza del poeta

La vergüenza del poeta

Mi amigo, hombre de espíritu romántico, amante de la poesía, se enamoró perdidamente de una joven a la que conoció en la fiesta de cumpleaños de un pariente, en una localidad del sur del país.

El apasionado capitaleño se esmeró en el uso de frases galantes que halagaron ostensiblemente a la damita, y prometió escribirle un poema, el cual le entregaría en su próxima visita.

El cortejante tenía una buena posición económica, en su condición de gerente de una acreditada empresa comercial.

El poema consistió en un acróstico usando las primeras letras de los dos nombres de la damita, de quien afirmó que su rostro tenía extraordinario parecido con el de una bellísima actriz del cine norteamericano.

Mi enllave poseía un apetito de quiebrafonda, y se le hubiera podido aplicar la frase del genial humorista Cuquín Victoria, refiriéndose a otro “Jartón”: “cuando visita un restaurante no pide el menú, sino un presupuesto”.

Concluido el acróstico, el corpulento enamorado se dirigió en su vehículo una lluviosa tarde dominical hacia la comunidad sureña, para entregarlo a la amada.

Pero como habían transcurrido unas tres horas desde el copioso almuerzo, sintió el acostumbrado llamado estomacal, y se detuvo ante la primera fritanga que encontró en el trayecto.

-¿Cuál es el precio de la hora de fritos verdes, de morcilla, de bofe y de aguacate?- preguntó a la encargada del negocio.

Y minutos después se adjudicaba una panzada, que culminó con la ingestión de seis naranjas dulces a manera de postre.

Ya próximo al poblado de la hermosa muchacha, comenzó a experimentar molestos retortijones en sus tripas, y al llegar frente a la casa, y apearse del vehículo, tuvo la suerte de que había cesado la lluvia.

La calle lucía totalmente desierta, lo que aprovechó para disparar una liberadora y ruidosa ventosidad, pero al hacerlo reparó en que en el balcón de la vivienda se encontraban la muchacha y su asombrada madre.    Estas retrocedieron y entraron en la vivienda, mientras el avergonzado galán retornaba a su automóvil, emprendiendo el regreso a la ciudad capital.

Todavía hoy, a  una distancia temporal de más de tres décadas, lamenta haberse enajenado la incipiente admiración de aquella fémina, por una de las más antipoéticas manifestaciones del aparato digestivo.

Y destaca que lo peor era que le hubiera ocurrido a él, un entusiasta aficionado a la poesía.

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