Sin importar los avances tecnológicos y los cambios culturales que se registren, la verificación debe ser mantenida como una regla de oro invariable para un buen periodismo ejercido con seriedad y apego a principios éticos, a fin de preservar el objetivo fundamental de orientar y servir a los ciudadanos en la toma de decisiones conscientes, oportunas e inteligentes.
Las noticias ofrecidas con datos que no han sido objeto de indagatoria ni sustentados con rigor y de forma minuciosa, en lugar de contribuir a edificar tienden a desinformar y a producir situaciones de confusión que pueden causar consecuencias lamentables.
La frenética competencia entre portales digitales de información, atizada en gran medida por la rauda operación de las redes sociales, no siempre ajustadas a la previa comprobación, lleva con frecuencia a divulgar noticias imprecisas, distorsionadas y hasta totalmente falsas o inexistentes.
Esta lucha mal enfocada y que en gran medida es inducida por un marketing donde poco cuentan pautas o principios, por que sólo toma en cuenta la información como un insumo que atraiga e impacte, independientemente de su veracidad, atenta contra credibilidad de medios y periodistas, una credencial difícil de recuperar cuando se disminuye o se pierde por errores reiterados.
La rapidez que demanda la actualización de los portales informativos, so pena de obtener bajas puntuaciones en las mediciones de posicionamiento, no puede en modo alguno ser una excusa o justificación para incumplir con la responsabilidad de comprobar la sustentación de los elementos con los que se pretende informar sobre hechos y situaciones de interés general.
La deducción o suposición puramente especulativa no puede servir de base para difundir informaciones que de esta forma no han pasado por el crisol de la verificación y que, en consecuencia, son potenciales candidatas a rectificaciones o desmentidos.
Conscientes de la aberración en que se incurre por ese camino, reporteros y comunicadores deben desechar cualquier tentación impuesta por la celeridad pura y simple, y además cumplir una serie de procedimientos básicos antes de que la información llegue al gran público.
La inobservancia de estos principios produce con frecuencia informaciones no ajustadas a la realidad o que cuando menos pueden ser susceptibles de reclamos válidos de parte de personas e entidades mencionadas, a veces fuera de un contexto esclarecedor.
Ningún medio, por importante o de larga trayectoria, ha escapado en algún momento a esta debilidad. El periódico El País, de España, de reconocida reputación informativa, publicó en su portada una foto del presidente Hugo Chávez cuando estaba convaleciente en Cuba, que resultó falsa y tuvo que reconocer públicamente tal error.
Más recientemente y en un punto que podría ser motivo de un interminable debate, divulgó una información según la cual entre los dominicanos habría una tendencia generalizada a meter miedo a los niños que se portan mal, invocando la figura de un haitiano, sin que el diario se hubiera preocupado por establecer con amplitud el sustento, arraigo y alcance de esa supuesta práctica.
Y como sustenta el dicho de que en todas partes se cuecen habas y aquí a calderadas, en nuestro país no estamos exentos de esas imperfecciones que dañan la credibilidad. Por ejemplo, en una oportunidad para sólo citar un caso, se publicó y repitió en cadena como cierta por varios medios, que un alto funcionario envuelto en una polémica publica había sido llamado al Palacio Nacional para reunión con el Presidente. Posteriormente se estableció que aunque efectivamente había estado en la sede de Gobierno, el encuentro no había sido con el gobernante.
Todas estas enojosas situaciones pueden evitarse con un mínimo de comprobación y sin dar por un hecho establecido lo que hasta un momento dado no es más que una versión que puede ser insuficiente y hasta mentirosa.