La victoria de los haitianos en el siglo XXI

La victoria de los haitianos en el siglo XXI

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El mundo se nos está cayendo encima, por las presiones foráneas para que aceptemos a los vecinos occidentales como nuestros paisanos, aboliendo la frontera, y que por obra y gracia de las grandes potencias amigas de Haití, destruyamos nuestra nacionalidad, en beneficio de quienes tienen como objetivo subyugarnos y hacemos dependientes como lo fuimos de 1822 a 1844.

El complejo del gancho, como decía el doctor Zaglul de nuestra conducta, está al rojo vivo en estos tiempos, cuando nos están bombardeando con toda clase de proyectiles, para que aceptemos presentarnos como discriminadores y esclavistas, de forma que aceptándolo, abramos nuestra frontera y los bolsillos, para que seamos los dominicanos que atendamos las necesidades de los vecinos, como condición de que se nos deje de perseguir por el mundo como xenófobos y violadores de los derechos humanos.

Ha sido lamentable que no haya existido una política de Estado que permita mantener relaciones maduras y responsables con Haití. De una manera u otra, ellos son los que se han beneficiado de nuestra debilidad e incapacidad de los funcionarios, de forma tal, que lograron, después de haber sido derrotados con la guerra de la Independencia, que se le regalaran más de 3 mil kilómetros cuadrados del territorio dominicano, perdiendo así poblaciones como San Miguel de la Atalaya, Hincha, Las Caobas, etc. aceptándose como un hecho consumado por el tratado de límites acordado en 1929 y refrendado por el arbitraje de la Santa Sede.

Es innegable que las condiciones laborales locales en todos los trabajos, y de acuerdo con las normas internacionales, dejan mucho que desear tanto para dominicanos como extranjeros, y en particular, en el corte de la caña, donde se esmeran en exprimir al obrero para extraerle lo máximo y alojándolo en condiciones infrahumanas, similares a las que vivieron los negros esclavos en el sur de los Estados Unidos, antes y después de la guerra civil de 1860, que desangró a esa gran Nación.

La necesidad de la mano de obra barata para las labores del corte de la caña, y luego el desplazamiento de los dominicanos hacia labores mejor retribuidas, fue llenándose el espacio con los haitianos, que huyendo de la miseria de su territorio, en donde el hambre e ignorancia había desertificado una buena parte de sus 27 mil kilómetros cuadrados, los llevó a encontrar en el suelo oriental de la isla, su salvación y se acomodaron a condiciones muy penosas de trabajo, a cuenta de que aquí encontraron su sustento, su educación y salud, pero sin dejar de romper el cordón umbilical que los une a su país, llevando como parte de sus genes, ese odio ancestral, el cual los dominicanos no perciben, y aún cuando en muchas regiones existe una gran amistad, y compañerismo en la pobreza, persiste en forma latente, como espada de Damocles, la aspiración occidental de que la isla vuelva a ser una e indivisible.

El país está siendo atacado por todos los frentes para presentarnos como los racistas peores del mundo, más malos que los sudafricanos en su época del apartheid, o de los rusos en su gloria comunista. La diplomacia criolla permanece adormecida, sin tomar acciones para contrarrestar esas denuncias. Se pretende ignorar que nuestro país es de una mezcla multicolor de razas, haciéndola atrayente, pero que se le quiere arrinconar por sectores isleños que llevan su odio ancestral a todos los escenarios mundiales.

Los activistas del antidominicanismo, oriundos de la isla, apoyados por los grupos norteamericanos y franceses, han desplegado en los últimos meses una feroz campaña de diatribas, en donde reciben un aporte del combustible de los mismos dominicanos, que no saben defenderse, a sabiendas que tarde o temprano las victorias dominicanas alcanzadas en el siglo XIX en los campos de batalla, se convertirán en derrotas cuando se defina lo que quieren los extranjeros y haitianos de que nuestra riqueza sea trapasada a esos vecinos occidentales so pena de una poblada gigante que acabe con la nacionalidad.

Con lo anterior se buscaría cumplir con los deseos de los amigos de Haití, de que desaparezca la frontera para acogernos a una sola bandera, sin la cruz blanca de Juan Pablo Duarte. Entonces, los sectores isleños, atrincherados en contra de la dominicanidad, tendrían carta franca para aplastarnos y humillarnos de forma tal, que tantos sacrificios y tantas luchas por conservar una nacionalidad y una libertad, se esfumen como parte de un propósito internacional de que renunciemos a nuestras creencias y libertades, para, en un acto de sumisión aberrante, arriar nuestro lienzo patrio, humillándonos al propósito de las potencias, de hacernos responsables de los padecimientos que por siglos ha sufrido el pueblo haitiano.

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