La vida a dos metros

La vida a dos metros

Vivo a dos metros de mi vida.
Beso a dos metros.
A dos metros saludo.
Resguardo un afecto a dos metros.
Las sábanas languidecen dos metros más allá.
En solitario llora la almohada que desconoce vida dos metros adelante.
Me escondo tras una mascarilla.
(¿tapar mis miserias?)
Llevo guantes para asaltar el vacío sin dejar huellas.
Siento hambre y mis tripas gritan a dos metros de la comida.
Tengo sed y el agua se me escurre dos metros enfrente, incapaz de alcanzarla,
incapaz de llevarla a la boca amordazada.
Alzo la voz y mi grito no se escucha más allá de mi aliento. Lo desalienta la mordaza
y en contrario atiza la prohibición de los dos metros.
Dibujo una sonrisa que no traspasa el velo de mi boca.
(algo bueno lleva en su haber el pudor velado, no deja escapar muecas de desagrado… que sin embargo no logra acallar el fuego de mi mirada, aún libre hasta tanto se decrete en su contra).
Los guantes de delincuente desdibujan mis acciones. Mías no son, son de látex.
Al pasadizo de la muerte nos han conducido de repente, sin aviso, al crematorio de sueños y esperanzas.
Pasajero del infortunio solo con pasaje de ida.
Es un vegetar sin atisbar horizonte, porque el porvenir ya llegó para en breve esfumarse.
Es haber sido pinchados con una corona ponzoñosa.
Efímeros reyes todos de un macabro dominio, de un retorcido proyecto.
Dominados quedamos por un enemigo invisible que solo da la cara cuando
el rostro se descubre para gemir de angustia, desazón o muerte… o para desvelar la identidad del caído.
El desvelo nos acosa. ¿Será hoy? ¿Podría ser mañana? ¿Pasado?
Pasan los días, sin pasar la desazón, que ha echado raíces en terreno en barbecho.
Cuántas risas dejarán de oírse.
Cuántos cafés quedarán sin beberse.
Cuántos paseos languidecerán en el desván.
Lo más duro, lo más insufrible, lo más doloroso, Pablito, es que quizás no llegue a decirle
que en un beso sabrá todo lo que he callado.
Y me callo aquí porque mi voz no alcanza a taladrar mi tapabocas.

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