La vida en pausa

La vida en pausa

“Ya sí un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un apocalipsis viral y de pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva, hubo equidad en el contagio que se repartía igual para ricos ypobres, las potencias que se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, ante un abrazo.
Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, y entonces una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos los rodajes de las películas, las misas y los encuentros masivos y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión a solas, y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a fogatas, mesas, mecedoras, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados.

Tres gotitas de mocos en el aire, nos ha puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía, nos ha dicho que no solo los indigentes traen pestes, que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que las otras cosas eran accesorios.

No hay un lugar seguro, en la mente de todos nos caben todos y empezamos a desearle el bien al vecino, necesitamos que se mantenga seguro, necesitamos que no se enferme, que viva mucho, que sea feliz y junto a una paranoia hervida en desinfectante nos damos cuenta que, si yo tengo agua y el de más allá no, mi vida está en riesgo.

Volvimos a ser aldea, la solidaridad se tiñe de miedo y a riesgo de perdernos en el aislamiento, existe una sola alternativa: ser mejores juntos.

Si todo sale bien, todo cambiará para siempre. Las miradas serán nuestro saludo y reservaremos el beso solo para quien ya tenga nuestro corazón, cuando todos los mapas se tiñan de rojo con la presencia del que corona, las fronteras no serán necesarias y el tránsito de quienes vienen a dar esperanzas será bien recibido bajo cualquier idioma y debajo de cualquier color de piel, dejará de importar si no entendía tu forma de vida, si tu fe no era la mía, bastará que te anime a extender tu mano cuando nadie más lo quiera hacer.

Puede ser, solo es una posibilidad, que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero». Edna Rueda Abrahams

La vida de la mayoría de la población mundial está en pausa. China despierta, después de meses combatiendo con un monstruo microscópico, que ha sometido a ricos, pobres, poderosos y a los de siempre, los sin nombres.

Desde nuestra llegada procedentes de Madrid, Rafael y yo hemos permanecido en la casa. Una pausa forzada y forzosa. Pensábamos que esta cuarentena auto impuesta iba a ser por nuestra condición de viajeros. Pero no, fue una equivocación. El monstruo viral llegó a nuestro país, y ha crecido exponencialmente. Hemos conocido a través de los medios de comunicación de gente muy conocida: políticos, religiosos, empresarios, profesionales… pero no sabemos cuán expandido está en aquellos lugares donde apenas pueden estar porque el pequeño espacio aloja a muchas personas, allí donde la insalubridad es el signo. En los barrios marginados, donde la vida tiene un valor muy relativo, el llamado a quedarse en casa no se respeta. ¿Cuál casa? ¿La del hacinamiento? ¿En las calles donde pernoctan de día y de noche? Una sociedad presa de un grave, gravísimo, problema sanitario, con un sistema de salud público precario e ineficiente.

Estos días de encierro me han permitido evaluar muchas cosas. Valoro, desde lo profundo de mi corazón, el trabajo de las mujeres que nos apoyan en las labores domésticas. Le dije a mi mano derecha que se mantuviera en su casa. En estos días de encierro, he hecho la mitad de lo que Samira realiza cotidianamente en mi casa. Una mujer valiosa de mi edad, que es capaz de hacer todo y algo más, sin quejarse y siempre con una sonrisa en el rostro. Sin quejarse por su vida. Ella llega los lunes de madrugada y parte los viernes en la tarde. Sale muy poco, pues está sometida a una cuarentena impuesta por la pobreza. Me duele la espalda y los brazos; tengo las manos destruidas, y solo mantengo la casa por media jornada, a diferencia de ella. El resto lo paso en posición horizontal, haciendo algo de ejercicio, leyendo y viendo la televisión. Rafael, como excelente chef, se ocupa de darme la alimentación necesaria para seguir con vida. A estas mujeres que se ganan la vida aligerando nuestras existencias, les doy, desde lo más profundo de mi corazón, las más sinceras y sentidas gracias.

Presa, como todos los que estamos en cuarentena, de las redes, he podido comprobar que la condición humana se refleja. El amor, la solidaridad y el respeto; pero también la inconsciencia, la insensatez y la indiferencia han aflorado en estos días. ¡Triste realidad la nuestra!

Mientras afloran los sentimientos buenos y malos, todos estamos a la espera del destino. En nuestro país apenas comienza el calvario. No sabemos hasta dónde va a llegar esta tragedia que se ha costado tantas vidas, y, lo peor, es que faltan más, muchas más, aquí y en otras partes del mundo.

Mientras esperamos el desenlace, siendo testigos pasivos en esta cuarentena impuesta y necesaria, pensamos en la vida, y constatamos ¡una vez más! que través de la historia como humanidad hemos sufrido situaciones similares. Y, en cada una, hemos salido airosos, a pesar del dolor, las lágrimas y las muertes, venceremos, venceremos para continuar construyendo la vida.

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