La vida en un carrito

La vida en un carrito

Horacio

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Le han puesto, como si su contenido fuera de flores y otros primores, el nombre de canasta a la carga de cuentas por pagar por diversos conceptos imprescindibles para vivir que incluyen lo burdo y hasta lo abstracto.

Para el consumidor, lo mismo van al contenedor de pesarosas obligaciones mensuales el ñame que el ossobuco, sin dejar fuera las leches en cartón y el arroz en funda y todas esas cosas menos sólidas que se expresan en intimidaciones legales para sufragar deudas ineludibles para todo el que respira.

Aunque no aparezcan en los totales de compras en supermercados, a la consumición rutinaria de cada bípedo se agregan las facturas por servicios imprescindibles de luz, agua, basura, mantenimientos diversos en los hábits y ultimátums de cobros por hipotecas, alquileres y gastos para educación. A mayor grado de escolaridad, más difícil cubrirles aprendizajes a las descendencias.

Demasiado carga para la fragilidad que evocan los economistas al comparar el poder de compra con el enorme volumen del costo de la vida trayendo a la imaginación una cesta de mimbre cuando deberían ilustrar mejor al lector titulando el capítulo de adquisiciones para la subsistencia bajo el símbolo elocuente de los calvarios. ¡Hablen de Cruz, no de canasta!

Conservar la salud (¡Oh Dios!) cuesta mucho a pesar de que las más caras medicinas se miden en gramos y mililitros de jeringas. Pero no hay formar de mantener energizado el organismo humano con todos los glóbulos rojos y elementos proteicos que requiere para no dejarse derrotar por los gérmenes que no sea con una ingesta alimentaria de alto grado.

La adquisición masiva lácteos, carnes, frutas y legumbres no desfonda los carritos de los autoservicios porque Dios es grande o porque los dueños de tales negocios no solo refuerzan con celos sus cajas de caudales, sino las carretillas metálicas que se alinean ante sus cajas registradoras arrastradas por gente que no tardará en rascarse el bolsillo o subir su endeudamiento plástico.

Solo la angustia que generan las expectativas que preceden a las tiras de papel que recibirán los compradores por la osadía de querer llenar sus despensas, alejan la imaginación de recipientes delicados, más dignos de flores y globos de colores, que para duras mordidas al presupuesto familiar. ¡No se trata de llevar ramilletes de rosas para la casa sino ruedas de acero para la halterofilia. Contundente musculatura salarial para sobrevivir.

Una sarta de pescados de la costa samanense, además de carecer de olores propios de jardines, sobre todo si carecen de la frescura propia de haber salido del agua recientemente, le haría un hoyo al ingreso mensual de cualquier dominicano antojado de los «fruti de mare».

Aquí se venden por libras, que parece tener más onzas de la cuenta en vista de lo que hay que pagar por ellos.

Más caros que los que se extraen del Mediterráneo con la desventaja de que los costeños europeos suelen tener salarios mínimos más altos. Allá, finalmente, la susodicha «canasta» de comestibles cuesta menos pero alimenta más.

Los zapatos, las prendas de vestir y los electrodomésticos que están considerados artículos de «Primera Necesidad», son variables en sus precios. Hacen oscilar el peso específico de la mentada «canasta» pero no la hacen bajar lo suficiente como para que pueda ser cargada con poca fuerza, como si contuvieran más pétalos que componentes metálicos. Ni aún en la temporada del «Black Friday».

A veces, la fiebre de comprar no solo gravita adversamente sobre las billeteras. También agobia las conciencias con arrepentimientos tardíos. «¿Por qué diablos me metí en tantos líos?».

El Roldán que conozco, y al que me refiero siempre como tenaz buscador de beneficios aplicando tasas inmoderadas a sus préstamos de menor cuantía, no le importan las imágenes a las que se recurra para referirse al costo de la vida.

De todos modos la referida «canasta» esa impulsa desesperaciones que la dan razón de ser a su informal participación en el mercado financiero. Para él, enero es tiempo de cacería.

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