Asoman por doquier: en calles, avenidas, barrios, ciudades. Y por doquier trabajan para ganarse la vida. Su afán es la sobrevivencia, y su esperanza es encontrar el sustento diario.
Los haitianos viven aquí lo que los dominicanos viven fuera: una lucha permanente por la vida.
No importa la edad: el que cruza la frontera abre sus ojos a las oportunidades que ofrece República Dominicana, que son más que las que ofrece Haití.
Sin embargo, esas oportunidades están cerca y a la vez lejos, pues no son pocos los obstáculos que intervienen: papeles, estatus migratorio, alojamiento, trabajo.
La presencia haitiana es mayor en calles y avenidas. Allí despliegan sus mayores esfuerzos y se ganan la vida con sudor. Nada los arredra: ni el sol, ni la lluvia, ni la discriminación de algunos.
Deyanere Obilma lleva ocho años vendiendo botellitas de agua en la Lincoln con 27 de Febrero, donde labora de 8:00 de la mañana a 5:00 de la tarde.
Vende entre 600 y 700 pesos, y los días calurosos hasta 800.
Otros andan en triciclos vendiendo jugos, frutas, cocos.
Mientras, Miguelina Quelui tiene una paletera y expende entre 800 y 900 pesos cada día. Vende té, café, mentas, cigarrillos y otras cosas.
Carlito Jean lleva cinco meses ofertando manzanas, actividad que le reporta unos 600 pesos de ganancia diaria.
Niños y adolescentes también participan en las labores comerciales, muchas veces como ayudantes de sus padres.
Tal es el caso de Nelson Jáquez e Iben Aladine Batista, quienes venden plátanos, tomates, ajíes y cebolla. El primero tiene 13 años y solo puede ir a la escuela sábados y domingos.
En tanto, William Joseph tiene siete meses ofreciendo funditas de maní, que cuestan entre 5 y 10 pesos. Dice que gana alrededor de 300 pesos diarios.
Las mujeres son muy activas en el comercio informal. En efecto, muchas de ellas venden ropas, comida ambulante y otros productos comestibles.
Algunas también venden recargas telefónicas, como Leyda Figueroa y Jéssica Valdez.
Ambas perciben que el movimiento económico está lento.