La vida: ser o parecer

La vida: ser o parecer

El hombre respondía de forma armonizada a través de la fe su existencia frente a la agonía por las cosas materiales. Décadas después, el desafío era asumir la razón como explicación ante los paradigmas que representaban la ideología, el desarrollo moral, la ética y la lucha por lo tangible.

Ahora, en pleno siglo XXI, entre la postmodernidad, la economía global y la deshumanización en los hábitos, el hombre y la mujer agonizan en poder armonizar la fe y la razón, la moral en las acciones sociales, el rostro y la palabra, el estilo de vida con el sentido de vida; sencillamente, hay una agonía vital entre el ser y el parecer.

El nuevo sufrimiento global es poder mantener una identidad en lo personal, lo social y en lo existencial. De ahí la epidemia de personas despersonalizadas, infelices, pobres de espíritu, sin sentido de vida, altamente confundido en poder descubrir los verdaderos propósitos de una existencia parida y motivada por los logros sociales, el altruismo humano, la realización y la transcendencia en alcanzar la felicidad, a través de la armonía de lo interior con lo exterior.

Pero el hombre ha decidido renunciar al ser. Ha preferido de forma neurotizada dejarse seducir de la cabeza a los pies por el placer, el confort, el goce, la estética y la gula de una vida vivenciada hacia las gratificaciones inmediatas.

Literalmente se han perdido los limites, se ha suicidado la moral y la ética para dar el permiso de placerear al cuerpo: sexo estimulante, drogas, cirugía estética, corrupción, mercado ilícito, prostitución, a la lucha por lo tangible como expresión de éxito y la agonía por alcanzar estatus social, y todo eso ha puesto de rodillas al ser.

El ser conjugaba la voluntad, el sentido de vida, la espiritualidad, la identidad y los propósitos de una vida asumida para servir al colectivo social, a la humanidad: niños, jóvenes, ancianos, en fin, al ser social.

El desafío era lo intangible, y la conquista de ese ser para tener una existencia vivida y sintiente para las buenas razones humanas. Para esto se contaba con la pasión, el amor, la solidaridad, la compasión, la utopía, la ideología y los paradigmas asumidos.

Ahora, de forma acelerada, pragmática, globalizada, la humanidad se ha quedado embarazada del ocasionalismo, del hedonismo, de la cultura de la prisa, del relativismo ético y del parecer.

El “parecer” ha seducido a la fe, a la razón, al ideal, a la ideología, y a la identidad de forma patológica; para vivir del “parecer” está el confort, la vanidad, el narcisismo corporal, el consumo desmedido para sentir la conquista de la pasión por la vida, la pastilla como estimulante, los objetos sexuales en sustitución del amor, la compra de todo para sentir el éxito, la autorrealización y la transcendencia.

El “parecer” ha multiplicado la crisis de identidad, ha reproducido la agonía existencial que se traducen en mayor suicidio, depresión, ansiedad, drogalización, pobreza espiritual y vacío en el sentido de la vida, para socializar un ser humano más pobre, más corrupto, más desigual y más indiferente, como decía Viktor Frankl.

Esa renuncia del ser por el parecer ha sido una crisis existencial de proporciones poco reflexionadas. Solamente se observa en la crisis de los vínculos, en el analfabetismo afectivo, en la denegación de amor y compasión por los demás, en la soledad en compañía que viven y sienten cientos de parejas y familias.

Hay que volver a la fe, a la razón, al ser, y a la vida con propósitos humanos, para así alcanzar la felicidad. Para eso, según Thomas Crammer hay que lograr tres cosas: algo que hacer, alguien a quien amar y una esperanza.

Fortalezca su identidad, reconozca sus limites y asuma los controles del parecer, para así llegar a una existencia vivible y oxigenada, en armonía con el interior y con lo exterior.

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