La vida y sus laberintos

La vida y sus laberintos

He dedicado mi vida a la educación. He estado en las aulas prácticamente mi vida entera. Comencé a alfabetizar cuando era apenas una niña…

Hagamos un trato
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo. Mario Benedetti

Escribo este Encuentro en una tranquila tarde de un domingo. Después de haber caminado con mi hermana Muling por el Jardín Botánico Nacional, un lugar maravilloso para respirar aire puro y ver la maravilla de la naturaleza, la riqueza de nuestra vegetación. Al finalizar de caminar, nos fuimos a desayunar tranquilos, pues se unió Rafael, mi amado y eterno compañero. Un domingo sin prisas ni agendas. Hicimos algunas compras necesarias para la casa (todo se pone viejo junto), para después tener una comidita para dos de sabrosos sobrantes del día anterior.
Un descanso merecido, unas horas de vagancia total, fue el paso siguiente de un día sin prisas ni compromisos. Mientras estaba mirando el infinito, el horizonte en la ventana que me desvelaba un cielo azul que se apagaba lentamente porque el día estaba cayendo para dar paso a la noche. Tomé la computadora para jugar-escribir con ella. Al mismo tiempo, me dispuse a contemplar las nubes. Llegaron a mi mente así, de repente, pensamientos diversos. La imaginación se apoderó de mí. Me transporté al pasado, al presente y al futuro.
Desde siempre, a pesar de mi temperamento alegre, aguerrido y espontáneo, me encanta la soledad y la contemplación. Es una oportunidad única para hacer introspección. Me doy cuenta de que, a pesar de tener planes futuros, muchos libros pendientes por leer y escribir, ya he vivido más de lo que me queda por vivir. He sido privilegiada y estoy viviendo días extras después de haber estado sometida por años a un asma indolente y fuerte que quiere hacerme sucumbir, pero no lo he dejado.
Hice balance de mi vida. Durante mi adolescencia era un verdadero torbellino, metida en mil cosas y con la angustia infinita de sufrir por el país, que vivía bajo el temor represivo de los 12 años de Joaquín Balaguer. Me aferraba a la esperanza de la redención cristiana, de la capacidad de los seres humanos de creer en un mundo mejor, pero, sobre todo, y a pesar de los muertos y apresados del terrible régimen, confiaba en la bondad humana, en la vocación de la humanidad para superarse a sí misma, de sortear las dificultades. En definitiva, confío en el triunfo del bien y de la bondad, de la justicia.
He dedicado mi vida a la educación. He estado en las aulas prácticamente mi vida entera. Comencé a alfabetizar cuando era apenas una niña, pues formé parte de la campaña nacional de alfabetización de la época. El grupo en el que participaba estaba coordinado por el colegio. Después, a los 14 años, en una escuela de alfabetización ubicada en el populoso barrio El Ejido que organizaron las monjas de mi colegio. Estuve todo el bachillerato como “directora” de esa escuela que tenía los cuatro primeros grados de primaria. Al pasar a la universidad formalicé mi estatus y hasta me pagaban. Comencé a dar clases en el Colegio Padre Fortín y el Centro Educativo de Santiago. Cuando me gradué como maestra en la Universidad Católica Madre y Maestra, hoy Pontificia, mi labor educativa se ha centrado en el ámbito universitario. Tengo 50 años dando clases. Toda una vida. Me preguntaba esta tarde si podría contabilizar a todos los estudiantes que he tenido a lo largo de la vida. Una tarea imposible. Tengo recuerdos de muchos de ellos.
Me han preguntado y me he preguntado por qué me he mantenido en las aulas. Por qué no me he dedicado a otra cosa. Y es que estoy convencida de que la educación constituye el arma verdadera, única y útil de los pueblos para superarse. Sin educación no hay conciencia ciudadana, no hay defensa de derechos, no hay cumplimientos de deberes ni hay apuesta al futuro. Soy feliz de reencontrarme con mis exalumnos. Hace unos días tuvimos que llevar a la señora que me ayuda, mi mano derecha e izquierda, a emergencia. Mientras esperaba que la atendieran, se me acerca una señora de más de 50 años y me abraza fuerte e intensamente. ¡Mu-Kien! Gritó. La abracé sin saber quién era. Le había dado dos materias en el año 1987, cuando era docente en INTEC, ¡hace 32 años! Me habló de mis clases, de lo mucho que aprendió a amar la historia, que me recuerda con el mismo cariño de siempre. Sucesos como esos me ocurren con frecuencia. Y me siento dichosa de haber elegido ser maestra.
Terminé mis estudios doctorales en diciembre de 1985. Era joven, llena de ilusiones. Había cumplido mis 30 años. Tenía un título de doctora. Llegué al país en enero de 1986, hace 33 años. Llegaba con mis maletas llenas de ilusiones, pretensiones y presunciones. Creía que el título indicaba “conocimientos”. Con el tiempo aprendí que ese papel era solo un indicador de que había superado una etapa en el largo camino del aprendizaje. La realidad me golpeó en el rostro al obligarme a comprender que existen personas que saben tanto o más que tú. Decidí entonces recorrer el camino del aprendizaje. Leer para aprender, escribir para aprender, hablar para aprender. Soy historiadora porque amo indagar en el pasado. Soy investigadora porque me apasiona aprender cosas nuevas y entender el presente que me rodea y que no es otra cosa que la creación del pasado.
Hoy ya tengo 63 años cumplidos, en 5 meses llegaré, si Dios así lo quiere, a la mágica cifra de 64 años cumplidos. Estoy consciente de que vivo el otoño de mi vida. Soy una mujer que fue hija, es hermana, es cuñada, es esposa, es madre por el maravilloso azar de la vida y abuela de tres nietos maravillosos que me han regalado ilusiones y alegrías. Estoy complacida con el camino transcurrido. No me arrepiento de los errores cometidos, pues me permitieron crecer y hacerme más humana. La vida es una construcción individual y colectiva que se conforma con las decisiones que tomamos. Acepto mis decisiones. Amo mi vida por que es mía. Sencillamente mía.
 

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