FABIO RAFAEL FIALLO
En artículos anteriores nos referimos a la estrategia propuesta efímeramente por la vieja guardia del PSP con el fin de salir del Triunvirato: explotar la promesa de elecciones que había prometido Donald Reid Cabral, no para concurrir incondicionalmente a las mismas, sino para aprovechar aquella coyuntura, canalizar el descontento popular y provocar una fuerte movilización capaz de producir un cambio de régimen en el país. A la luz de los éxitos logrados por los movimientos de contestación no violenta en la segunda mitad del siglo XX, afirmamos a modo de conclusión que la fórmula propuesta en septiembre de 1964 por los «viejos» del PSP, con el énfasis y la confianza que dicha fórmula ponía en la contestación civil, no tenía absolutamente nada de absurdo o reaccionario.
Ya lo sé, lo supo todo el mundo, en los círculos de izquierda fueron objeto de críticas acerbas los miembros de esa vieja guardia del PSP, esos comunistas «anquilosados» (como se les llamó entonces), acusados de «elecciones dentro de su propio partido, que habían pensado exclusivamente en términos de movilización popular, desdeñando de esa forma la viabilidad de un alzamiento militar como el que se produjo el 24 de abril. Tuvieron incluso que ceder el control de su partido, no sin antes pasar por esa penitencia expiatoria que en la jerga marxista-leninista se conoce con el nombre de «autocrítica», en la que confesaron humildemente, delante de sus camaradas, su bochornoso pecado: haber menospreciado el potencial revolucionario que existía en el país.
Sé además (lo dije en mi libro Final de ensueño en Santo Domingo) que por moderadas que fuesen su estrategia y su forma de actuar, la vieja guardia del PSP luchaba, con tanto empeño como los otros comunistas dominicanos, en pro de un sistema político, la famosa dictadura del proletariado, que eliminaba sistemáticamente el pluralismo democrático, violaba los derechos humanos más elementales y producía daños económicos irreparables en todos los países en que dicho sistema había logrado imponerse. Aquella vieja guardia, tan comedida en su estilo, tenía la responsabilidad ética, no sólo de no ignorar, sino incluso de denunciar los estragos insoportables que causaba por doquier la ideología a la que sus miembros se habían adherido con fervor. Por desgracia no lo hicieron. No soy yo, por tanto, quien vendrá en defensa de sus hoy ya muertas convicciones ideológicas.
Y sin embargo, quién sabe si independientemente, o a pesar, de la obcecación doctrinal que la llevó a creer en un comunismo redentor cimentado en la dictadura de un partido único, esa vieja guardia del PSP no tuvo razón, a final de cuentas, en el método de lucha que sugirió para encauzar de nuevo el país por el camino de la constitucionalidad después del nefasto golpe de Estado de 1963. Tal vez la estrategia del PSP (arrinconar al Triunvirato por medio de la movilización popular), en vez de la opción político-militar inherente al Pacto de Río Piedras, hubiera producido, si no la victoria de las fuerzas de izquierda, al menos efectos menos devastadores para dichas fuerzas y para la democracia dominicana en general que la interminable hegemonía balaguerista que sucedió a la Revolución de Abril.
La ocasión es propicia para dejar testimonio de mi admiración intelectual por aquellos «viejos» del PSP, en particular los hermanos Juan y Félix Servio Ducoudray, Pericles Franco, Tulio Arvelo y Francisco Alberto Henríquez Vásquez («Chito»). Llegué a conocerlos separadamente, siendo yo adolescente, cuando se ponían a dialogar, en la calle o en casa de algún amigo común, con mi padre, Fabio Alberto, o con mi tío Rafael. Dada mi corta edad, yo me limitaba a escuchar. Por sus conocimientos de historia política, era siempre una experiencia culturalmente enriquecedora oír lo que decían.
La conversación, salpicada de anécdotas sobre los éxitos y reveses de los movimientos revolucionarios, estaba exenta de los estereotipos del lenguaje de los marxistas de la época, con los epítetos que éstos empleaban contra los «enemigos de clase» y las citas intempestivas y superfluas de Marx, Engels o Lenín. Los miembros de aquella vieja guardia se abstenían de abusar de ese tipo de citas, no porque no creyesen en las doctrinas de los padres fundadores de la ideología por cuyo triunfo luchaban con fervor, sino porque no veían la necesidad de rumiarlas como si fuesen dogmas sacrosantos. En vez de convencer a través de la propaganda, escuchaban atentamente a sus interlocutores y trataban de hacer valer sus opiniones por medio de la argumentación.
Don Félix Servio comenzó en una ocasión a hablar, sin tomar partido que yo recuerde, de las ideas de Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, luchador antifascista (pasó once años en los calabozos de Mussolini) e ideólogo marxista que, en los círculos de la ortodoxia revolucionaria de aquellos tiempos, algunos tildan de «revisionista». Gramsci puso énfasis en la influencia que ejercen los factores culturales en las relaciones sociales y la lucha política (fue él quien acuñó el término «hegemonía cultural»); y en la revista Ordine Nuovo, de la que era director, sostuvo que la revolución, para ser sólida y viable, no podía partir de una cúspide o vanguardia cualquiera sino de la toma de conciencia de la base social en su conjunto.
Hoy habría mucho que ganar, en el plano intelectual, del redescubrimiento de ese pensador italiano, no para hacer de él un nuevo icono revolucionario, uno más, sino para enriquecer nuestra comprensión de los mecanismos a través de los cuales instala su imperio la empobrecedora cultura de la mundialización. Por otra parte, la tesis de Gramsci que la revolución debía partir de la base no parece muy diferente de la que esfuerza en poner en práctica el movimiento zapatista, del que hablamos en nuestro artículo anterior. Y el hecho de que don Félix Servio mostrase curiosidad e interés por ideas, las de Gramsci, que fueron en su tiempo desatendidas por los dogmáticos de su campo pero que han adquirido ahora una renovada significación, ese hecho, repito, constituye una marca elocuente del bagaje intelectual y la amplitud de mente de la vieja guardia del PSP.
Muchos años después, me topé en mis lecturas de historia de las ideas políticas con una frase del mismo Gramsci: «Antes de tomar el Estado, la fuerzas revolucionarias tienen que tomar la sociedad civil». Es en ese tipo de consideración, y no en un vulgar impulso electorero (como en aquella época se dijo injustamente), donde se debe buscar el motivo que indujo a la vieja guardia del PSP a apostar a favor de la movilización popular como medio de salir del Triunvirato.
Me pregunto qué le habría sucedido al movimiento comunista internacional de haber estado dirigido a nivel mundial por figuras políticas de la estirpe de la vieja guardia del PSP.
Quizás el comunismo portaba en sí el germen de su propia destrucción, debiendo de todas formas acabar como lo hizo, es decir, sepultado por un pasado abominable. Tal vez la causa comunista estaba condenada inevitablemente a engendrar tiranos despiadados como Stalin, Mao Tse-tung y Pol Pot. Probablemente los miembros de aquella vieja guardia se hubieran visto devorados tarde o temprano, al igual que miles de sus correligionarios en los países en que aquel movimiento triunfó, por algún abyecto proceso judicial de tipo estalinista. Todo eso quedará al nivel de interrogantes, a las que no se les puede ofrecer una respuesta concluyente. De lo que estoy seguro, sin embargo, es que en el esquema mental, las motivaciones y los objetivos de los «viejos» del PSP, no había cabida para secuaces como los del KGB, para fanáticos como los de la Revolución Cultural y, todavía menos, para la ignominia del gulag.
El legado de esa vieja guardia, en particular su estilo y sus criterios, tendrán sin duda mucho que aportar a la hora en que la izquierda dominicana decida ver su pasado a través de un prisma crítico y sacudirse de los prejuicios, certidumbres e idolatrías que la han hecho caer en la posición inoperante en que se encuentra hoy, víctima como es de dos males igualmente destructivos: el oportunismo corruptor de un lado, la inercia mental del otro (problemas éstos a los que, dada su importancia, habremos de volver).
En los artículos que seguirán veremos cómo se manifestó y a qué condujo, una vez que estalló el contragolpe del 24 de abril, la estrategia que se prefirió a la de la vieja guardia del PSP, es decir, la estrategia del Pacto de Río Piedras.