La violencia como debilidad. La mujer como objeto

La violencia como debilidad. La mujer como objeto

Con mayor brevedad y justeza no se puede decir, y hay que recurrir al político socialista independiente Jean Jaurès, partidario del pacifismo internacionalista, fundador y director del periódico “L’Humanité”,  asesinado  en 1914. Decía este notable personaje en un discurso, que “La violencia es una debilidad”.

No cabe duda.

La mujer se ha ido escurriendo de los seculares moldes  que la aprisionaban y que abusivamente pretende  continuar el hombre, manteniendo a la hembra, a la creadora de vida,  como un simple objeto sexual, enfatizando su tendencia a ser voluble (“cual piuma al vento”, como asegura el personaje de Rigoletto) sin mirar a la permanente volubilidad que él, el varón, ejerce en un incesante  saltar de capricho en capricho.    No voy a incurrir en el dislate de exonerar de culpa a las mujeres. Sé que estar subyugado, sometido a decisiones de otro, a responsabilidades ajenas, puede ser descansador. Tranquilizante, aunque traiga consigo sus porciones de íntimos dolores autominusvaloratorios.

“Mi marido lo dispuso”, es frase que aparentemente descarga de toda responsabilidad. Pero llega el tiempo de la ruptura, los desagrados, las injusticias y las desconsideraciones que sobrepasan la seguridad de ingresos mínimos aún para mal vivir. Entonces la mujer, colmada de angustias, decide separarse.

   Pero ¿cómo? si ella es un objeto, una formación de carne suave y tibia, nacida para complacer al macho.    Antes, cuando las cosas estaban más claras, aunque no mejores, se escuchaban grabaciones de boleros que expresaban pesar, nostalgias por tiempos cuando el amor era nuevo y olía a hierba recién nacida, y luego, agotada la novedad, llegaron el hastío y los riscos de la cotidianidad. El cantor se dolía del olvido (“pasaste a mi lado, con gran indiferencia/ tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí”, cantaba Pedro Infante). Pero en el proceso de liberación, la mujer se balancea entre la dependencia y la independencia, según le convenga el viejo papel sumiso que la confina sólo a ser responsable de la buena función del hogar: que los alimentos estén listos a tiempo, que la ropa esté limpia, que todo lo necesario esté a punto.    Y que esté lista para el sexo cuando el proveedor así lo desee. 

Creo que urge una más clara visión de la mujer acerca de ella misma. Aunque pretenda  no  ser un objeto sexual, mayormente mantiene el  seguimiento de una tradición que la minimiza: mostrar, insinuar, provocar, publicitar, como si fuese una mercancía adquirible dentro de ciertas condiciones. Unas nobles y decentes. Otras no tanto.    Ella es la fuente de la vida, es, orgánicamente, mentalmente, físicamente, la obra más compleja de la Creación.    

Que los hombres nos hemos tradicionalmente aprovechado de sus inseguridades, originalmente por razones de fuerza física para enfrentar peligros, no cabe duda.     Pero   hoy los hombres no representan defensa, más bien encierran peligrosidad dentro de la relación de pareja, que es muy compleja. Y cada vez se complica más, a medida que cambian sus roles como productoras de recursos.     Quisiera yo que las mujeres cambiaran la educación de sus hijas, que sin perder el tierno aroma femenino,  entiendan que su buen futuro  está centrado en su autorrespeto y en la convicción de sus posibilidades ascensionales.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas