La violencia invisible en espacios y vías públicas

La violencia invisible en espacios y vías públicas

La violencia es producto de la frustración, pero no toda frustración lleva a la violencia. Su eje causal principal se sitúa en la tremenda insistencia de los medios comerciales hacia el consumo y el “bienestar”, y toda la simbología de status que opera como marco de referencia, con respecto al cual los individuos y grupos comparan sus insuficiencias de medios y  canales de acceso a ese añorado “bienestar”; todo ello, dentro de un marco de mucha pobreza y enorme corrupción administrativa.  Determinados factores culturales y de personalidad inducen a que las personas sean más agresivas. Hay rasgos culturales, como el machismo, que propenden a respuestas violentas en circunstancias en que otras personas ni siquiera pensarían en violentarse. Orgullos de familia, de clase y personales predisponen a la violencia. Hay variables intervinientes y  ambientales, como la vigilancia de las autoridades, la probabilidad de recibir sanción de algún tipo, o la simple capacidad de reacción punitiva de las personas que estarían afectadas por la conducta violenta o agresiva.

Nuestra reciente entrega GALLUP/HOY muestra la violencia como la mayor preocupación ciudadana. Violencia de una creciente diversidad, mucha de la cual la dejamos ocurrir inobservada e inopinadamente. Mayormente porque todos las cometemos y porque nadie protesta ni las sanciona siquiera con una cortada de ojos. O, probablemente, porque se piensa que el que lo comete tiene motivos, razones, o derecho de hacerlo; o porque no nos afecta sensiblemente. El resultado ha sido una gran acumulación de violencia, especialmente del “tipo minúsculo”, casi inofensiva, pero que nos envuelve y sumerge, teniendo consecuencias latentes acumulativas, que no están siendo objeto de atención ni siquiera de los especialistas en higiene ambiental y salud pública.

En cada esquina, tramo de acera o de calle, un objeto, zanja, balsa, carreta, fritanga,  taller callejero, “parqueo comercial sobre la acera”, parada de taxistas, o grupo de bebedores; interrumpen o irrumpen de manera desordenada y abusiva, obstruyendo, perturbando el uso normal, civilizado, del espacio o vía. Un automóvil recogiendo pasajeros, una transacción entre vendutero y conductor; un peatón que atraviesa milagrosa, pero abusivamente, cuándo y por donde no le corresponde. Es un mendigo o un pregonero, que se adueña del espacio en que “trabaja”. Cosa habitual y grave en el caso de los choferes y transportistas, cuya ocupación los lleva a abrogarse derecho de propiedad sobre las vías. Lo novedoso es ver a las “damas”, a veces con violencia, que se desplazan al carril de vía contraria, obstruyendo a los que vienen en sentido opuesto, dando reversa o accediendo a la vía desde una marquesina, actuando (y es lo característico) como quien dice: “el otro que se fastidie”.

Nos frustramos ante las insuficiencias de vías expeditas, las deficiencias de los diseños espaciales y los obstáculos y dificultades que hay en nuestro sistema vial. Pero si a ello agregamos el que cada usuario se arrogue el derecho de violentar las normas simples de conducción, civismo y cortesía, la violencia puede llegar a límites inmanejables… ¡Entre gentes decentes!

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