La violencia política es un fenómeno lamentablemente recurrente en la historia de la humanidad, que afecta a sociedades de todos los continentes y en todos los niveles de desarrollo. Se manifiesta de diversas formas, desde conflictos armados hasta represión estatal, terrorismo, persecución política y violencia electoral. En este artículo, exploraremos un poco de esta práctica tan real como un fuerte viento, que te despeina pero te sostiene sonriendo, porque es más vergonzoso expresarlo que padecerlo en silencio.
La violencia política en nuestra sociedad actual, suele manifestarse en formas más sutiles, como la intimidación respecto a ser foco de bullying o bloqueos, el acoso, la censura y la manipulación electoral. Esta es una práctica que sale desde aquellos líderes políticos autoritarios o de personas que sencillamente utilizan el poder o su participación partidaria sin un fin colectivo ni pragmático, más bien, como un club de amigos/as de la secundaria peleándose por la popularidad en el colegio, sin finalidad alguna más allá de la vanidad, ni por una causa social, ni en defensa de derechos civiles, más bien, en este último caso, todo es una especie de certamen para un reinado carnavalesco.
¡Cuanta pérdida de tiempo y talento co-lateralmente! Pero en ambos casos, a menudo utilizan tácticas represivas o actúan en base a chantaje para silenciar u opacar a la oposición, o a quien no les interesa, hasta por simple envidia, que se desarrolle en su carrera política.
La violencia política, no es nada nuevo, suele tener raíces profundas en la desigualdad, la injusticia, la exclusión social, la intolerancia y la falta de representación política. Los conflictos étnicos, religiosos, territoriales y económicos también pueden desempeñar un papel importante en su desencadenamiento. La competencia por el poder político y los recursos escasos a menudo intensifica las tensiones y puede llevar a actos de violencia entre grupos rivales.
En el escenario actual, el uso de la influencia en las redes sociales y los mecanismos de censura para impedir el desarrollo o la divulgación de una nueva propuesta política plantea importantes cuestiones éticas y democráticas; coartan desde la libertad de expresión y la manipulación de la opinión pública, llevándonos al constante cuestionamiento sobre la responsabilidad de las plataformas de redes sociales y quienes administran ciertas cuentas o usuarios/as.
No existe un interés ni en el Gobierno, ni en las personas con poder dentro de los partidos políticos en encontrar un equilibrio que proteja de manera justa a quienes participan en política contra el discurso de odio y la desinformación, buscando regulaciones garantistas de la libre expresión y del debate público con ciertos niveles de respeto, a menos que les afecte directamente, porque, por el contrario, se aprovechan de esta realidad para su beneficio.
Dentro de los partidos políticos también pueden existir formas sutiles de violencia política, que se manifiestan de diversas maneras: mediante la marginación interna, el hostigamiento y el acoso, cuando ciertos miembros son objeto de comportamientos intimidatorios, despectivos o discriminatorios por parte de otros miembros o líderes del partido que no quieren que esta persona se visibilice, se convierta en líder de opinión y acumule cierto grado de poder.
No podemos olvidar las recurrentes manipulaciones de procesos internos, como tampoco, la discriminación y la exclusión que suelen ocurrir cuando ciertos miembros del partido son tratados de manera injusta o desigual debido a características personales como su género, raza, etnia, orientación sexual, religión u origen socioeconómico. Evidentemente, hay organizaciones partidarias donde es más evidente o común el racismo, el clasismo y el snobismo que en otras.
Al final, la intención de este escrito también es exponer estos temas para el conocimiento de la ciudadanía sobre todas las aristas del proceso electoral, por lo cual, el interés del votante en conocer a quienes quieren representarle, debe de seguirse fomentando, y la violencia política debe de visibilizarse, porque normalizarla no es la salida. Llevarlo de manera oculta como las hemorroides, no nos va a permitir fortalecer nuestra democracia, que es finalmente, un tesoro común que debemos fortalecer cada vez más.