La violencia política

La violencia política

WILFREDO MORA
También a violencia es política. Está en las instituciones y está en las personas que llamamos los candidatos. Ellos están relacionado con las informaciones de los periódicos que esta semana que estuvo dominado por los planteamientos de los políticos sobre la delincuencia, que justo ahora está adquiriendo forma de una crisis lo sucedido en la JCE, el cual pudo haberse evitado si los jueces del Alto Tribunal Electoral hubiesen tenido la visión de invitar a los líderes de esta Alianza a pasar por este despacho, a enfrentarlo ante la realidad del plazo de la inscripción de las candidaturas, a tener conciencia de los límites que sobre este asunto tiene el Tribunal de Elecciones.

Por otro lado, la Secretaria de Educación dijo en una entrevista, tratando el tema de la delincuencia algo que resulta poco menos inadmisible: Que la deserción escolar es una consecuencia directa del aumento de la criminalidad. En realidad es exactamente lo contrario. Creemos, que los políticos orgánicos (los funcionarios) y los políticos dirigentes (los candidatos) no deberían abordar el tema sin previo conocimiento del asunto. Así surge para nosotros hablar sobre la violencia de los políticos, la que impide que la población se exprese por sí misma, ya que puede ser indigno cuando otros lo hacer por nosotros.

No me refiero aquí con esto de la violencia política, a la que se ejerce desde el Estado, porque ésta es especialmente específica, por ser instaurada como el medio legítimo de éste, sino a todas las demás asociaciones, como los partidos políticos, los sindicatos, se le concede el derecho a la “violencia legítima” en la medida en que el Estado lo permite. La violencia parece ser el medio normal, legítimo y enteramente natural del Estado, en cuanto tiene que ver con el “affair” político de participar en el poder, de aspirar dentro de los distintos grupos de hombres que componen la sociedad. Quien hace política aspira al poder y a las prerrogativas que él confiere.

La violencia política en la sociedad humana se ha convertido en un peligro presente, que se repite y vuelve a repetirse en intervalos cada vez más irracionales. Movimiento irracional, energía negativa, y como consecuencia de ella, la violencia es una cicatriz y un “eco del poder”, también una fuerza ineluctable.

Cuando se habla de violencia en los intervalos electorales de un país, particularmente el nuestro, se piensa, en primer lugar, en la propaganda política. Dicha propaganda política llega a ser un instrumento de manipulación de masas, una palanca que se constituye en poder, que es la influencia por la que los políticos pueden obtener sus metas, y que casi siempre, de lograrse, se alcanza produciendo violencia: la propaganda política reconoce la existencia de esta violencia para librar al mundo de la violencia, por el permanente juego de intereses de los contendores políticos.

La propaganda falsa es la que se convierte en violencia, al oír gritar de los grandes principios políticos: “libertad”, “progreso”, “triunfo” a los candidatos; se contradice a sí misma y manipula a los hombres: la propaganda altera la verdad. Pero la propaganda utiliza la verdad incluso para conquistar seguidores; hace suponer que el principio según la cual la política debe nacer de una comprensión común, no es más que una forma de hablar. La violencia política que se desprende de la propaganda política es antihumana, porque muchas veces se enmascara bajo formas legales y acuerdos de aposentos.

La propaganda política genera confusión, sobreabundancia de las amenazas, hace surgir la venganza, lo que es recomendado por otro merece desconfianza, los intereses a quienes se dirige defrauda los intereses respecto a la verdad de acción. En fin, la política pretende cambiar al mundo.

El poder ha convertido la violencia política en un sistema, en el que las actividades políticas multiplican violencias en los mercados, en las oficinas gubernamentales, en las calles, pero es la forma en que las masas viven sometidas.

En el mundo capitalista, los líderes políticos son los amos de la producción económica; los hombres del pueblo están imposibilitado económicamente, y no tiene más camino que seguir a los políticos.

La violencia política vuelve a resurgir en estos próximos certámenes de medio tiempo; los nombres que se empelan ahora de las Alianza de los Partidos, los señalamientos para ser aspirantes, las migraciones de los aspirantes a candidatos, dejando entrever muchas cosas, al final la única realidad que valdrá la pena por analizar como una teoría tiene que ver con respecto a la triple relación de candidatos-oponentes-votantes.

Los amos del lenguaje son los responsables de la violencia. El oponente es desacreditado a lo interior, para que parezca como candidato. El votante es tratado como un testigo imaginario, que siente la opresión de no poder cambiar el estado de cosas que se imponen desde arriba.

El mundo político está dividido en un ámbito de poder y en otro profano. El precio del progreso de la civilización nos regresa a la violencia política. Los interesados en los debates de la violencia han olvidado que el mundo entero está obligado a filtrarse por la industria cultural y el cambio social. De los vicios con que se ejercita la política-enfrentamientos, riñas, tiroteos y bloqueo de la propaganda del adversario-, “la violencia política es como una lepra que arrastra consigo a los desprotegidos de la sociedad”.

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