La violencia social: tierra de nadie

La violencia social: tierra de nadie

El bienestar social está diseñado para evitar la muerte, el terror, el miedo y la violencia, pero también es producto de paz, de seguridad y felicidad.

Las causas por las que mueren cientos de ciudadanos son prevenibles, se pueden evitar y se le puede dar la seguridad de que, las estadísticas no volverán a ponerles número a las mujeres que mueren dentro de sus casas, ni al joven que salió a trabajar o estudiar y no regresó.

Esa violencia que se ha convertido en una cultura, en una nueva identidad sicosocial que nos hace comportarnos como seres reactivos, explosivos, inmaduros, intolerantes e incapaces de vivir el disenso social.

Esa violencia mata en la casa, en calle, en la dimensión, en la carretera, en la cama, en la cárcel, en hospitales, en el trabajo. En fin, esa violencia se practica con pistola, con cuchillo, con palos, con los puños, con los gestos, con las actitudes negativas con el desamor crónico, con el resentimiento social y con la indiferencia institucional.

Esa violencia parece no tener dueño, ni doliente; sencillamente, para algunos es un problema de percepción, para otros, falta de cohesión y exclusión social, pero, para la mayoría de las personas se debe a debilidades de la justicia, a la falta de políticas públicas eficientes y eficaces, ante el microtráfico, la corrupción, la crisis moral y vivir en una sociedad sin consecuencia.

Literalmente, la violencia social parece que vive en tierra de nadie. A todos nos atañe y pocos hacen algo. Sin embargo, a diario la vivimos, nos la enrostran los periódicos y medios informativos; nos la cuentan los amigos, los hijos y la gente de a pie que la vive en carne propia.

Esa cultura de la violencia nos lleva a tener conductas, actitudes de desconfianza, de paranoia social, de agresividad y reacciones defensivas ante cualquier situación.

Ahora todos quieren armarse, tener seguridad, contar con alguien dispuesto a golpear a los que piensan o viven las diferencias, practicar el descrédito público, el chisme como producto social.

Se vive y se olfatea la violencia como una expresión patológica y perversa de una sociedad que se niega a organizarse, a practicar el bienestar y la felicidad.

Políticas públicas, justicia eficaz y creíble, instituciones funcionales y eficientes, ciudadanía responsable y empoderada, son parte de las soluciones para responder a estas muertes prevenibles, a este sistema de no consecuencia y a esta actitud de tierra de nadie con la violencia.

Se impone responder ahora, mañana, que también es ahora puede ser muy tarde. Tarde porque se van vidas de jóvenes, mujeres y hombres que debieron terminar de forma diferente. Hay que defender el derecho a la vida, al bienestar y a la felicidad, de todos y todas.

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