La violencia urbana

La violencia urbana

AMPARO CHANTADA
Las ciudades tienen alma y un latir secular, particular porque son el amalgama que funde las identidades para dar cohesión. Rupturas se producen en ellas, que debemos presentir, son previsibles, dan señales, son síntomas. Algo en Santiago de los Caballeros ha dejado de funcionar, algo ha cambiado que a lo mejor pocos han advertido, para que esa pequeña y calurosa ciudad no cumpla con los roles o funciones que la definió como la capital de una región donde se vivía al ritmo del tabaco, de la caña, del café y del arroz.

El acordeón, Ñico Lora, los obreros de La Joya, el mercado. Esa estampa es del pasado. La capital entonces era la que irradiaba cultura, sentir, vibraciones y emociones, orgullo. Si las ciudades delimitan regiones y culturas para fortalecerlas, organizarlas, equilibrar y armonizar tantas fuerzas que en ellas se concentran, es evidente que en el caso de Santiago se produjo o se están produciendo rupturas para que se escenifique, en ese corazón, un crimen violento y desequilibrante. En Santiago de los Caballeros, el crimen no fue solamente por un celular. República Dominicana debe mirarse bien adentro, con sinceridad, sin miedo a ver lo grave que está, que la situación es de seriedad, y como me dijera el señor Rector de la U.A.S.D. : debemos buscar lo que está pasando en nuestras ciudades y en nuestros barrios. Es imprescindible que todos los científicos sociales opinen, observaciones que podrían señalar pistas para entender comportamientos humanos, allá y en todas las ciudades del país, que se traducen en una violencia insólita y consecuencias definitivas por delincuentes con caras de niños. En 1978, vivía en San Antón, un barrio bulloso de gente bien humilde, pero nunca tuve miedo, sino de Balaguer y sus escribas; Plinio estaba preso en San Pedro de Macorís y la familia bien humilde sobrevivía rodeada del amor de la población; no había delincuencia, ni en la calle, ni en los callejones, salvo los actos de terror y de represión de la policía y sus cómplices. Pero caminar se hacía con despreocupación, soltura, con mi bolso enganchado, para “bajar” hacia las oficinas de Carlos Dore, esquina con El Conde era un acto sabroso, gracioso, se saluda a todo el mundo bajando la Meriño, toda la calle al trabajo, a la limpieza, al ornato con la bulla de los saludos de aceras a aceras, los llamados de los marchantes, el colorido de los colmados, los actos de la vida se hacían con precariedad, pero con calor, con gestos permanentes de solidaridad humana. San Antón era pobre pero cálido, sin miedo al vecino, de día y de noche. A tal punto que así de ingenua me subí un día para conocer a Vicente Noble y Tamayo, en una guagua llamada “Experiencia”, a las 11 a.m. frente a la CDEE. Qué experiencia grata, sentada entre bultos y niños, ventanas abiertas, un calor sofocante, me dirigía hacia un Sur desconocido, siendo turista y sola. A las 6 p.m. de la tarde, sin mapas, sin carta, me apeé en el Parque.. Casi ocho horas de un viaje donde la guagua subía y bajaba por un camino serpentino, de montañas agrestes, a un ritmo que los pasajeros hacían más lento, por sus interminables paradas. Así toda estrujada, despeinada, sudorosa y sin conocer a nadie, la gente buena me dirigió hacia una enorme casona, donde sin avisar de mi visita llegué yo, una tipa que ni siquiera hablaba español frente a un viejo hacendado que sin inmutarse me dijo “saludos, es una locura, lo que usted hizo”. En realidad, no se hablaba de delincuencia y turistas como yo, que eran pocos, no sentían ninguna aprensión. Al punto que en el regreso a las 8 de la noche, inocente, me senté a esperar una guagua de regreso en el cruce de Mena, sola y con muchos mosquitos.

Eso sí, mujeres y niños me miraron durante el viaje con ojos sorprendidos, me auscultaron en el viaje de miradas interrogantes. Entonces, si así fue en 1978, qué ha pasado que en 30 años esa situación sea difícilmente repetible.

Es preciso hablar de la descampesinización, de la no integración en la ciudad, de las inmensas inversiones públicas en obras de infraestructuras, que si bien es cierto alivian y acortan el tiempo y las distancias, también producen otros impactos. Muchos lo han advertido, las rupturas sociales se producen de manera lentas e irreversibles: son los barrios con carencia de todo, son las escuelas públicas sin condiciones ni pupitres, son los hospitales sin medicinas, son los barrios sin luz, sin parques, sin atractivos, así se provocan las distancias invisibles, se ensanchan al punto de que grupos rivalizan en la ciudad, se desconocen, se ignoran, al punto de desconocerse. Es lo que ocurrió en nuestras ciudades, donde la opulencia no es compartida, donde los proyectos personales no se inscriben en una lógica de progreso de la sociedad, porque excluyendo, segregando, se separa la gente ya no se comunica, se desplaza, como lo hacen en esos túneles y elevados, tan simbólicos de una sociedad que funciona con varias velocidades.

Como urbanista, pienso que no se puede llegar tan fácilmente y tan superficialmente a la conclusión de “que por un sencillo celular, una joven perdió su vida”. Las cosas de la ciudad, el diario vivir se han complicado en el país, existe una gran fractura, una fractura social cada vez más ancha, más peligrosa como bien lo diagnostica el Banco Mundial que viene a diagnosticar los males que provocan sus políticas: la pobreza se ha profundizado, estamos en el mal camino, no es pa’lante que vamos…

Cada día, a cada segundo estamos hoy en peligro de un asalto, de un acto de violencia, sea cual sea en la ciudad, pero no sólo en la ciudad, en el campo, ya se secuestra, en el campo ya se asesina, en el campo ya se canjean rehenes.

Son pocas ya las diferencias entre ciudades medianas, del interior o metrópolis, las diferencias no son culturales, ya no se percibe lo rural de lo urbano, el campo de la ciudad: los campos se han urbanizado y las ciudades se han disgregado, fraccionado, creando ghettos y ghettos como archipiélagos en el tejido urbano y humano.

La velocidad con la cual se propagan esos nuevos modales y consumos es precisamente gracias al ordenador, al Internet y a la proliferación de medios de comunicación y nuestras sociedades, a pesar de tener archipiélagos sociales, no son aisladas como en el ayer, se comunican y se intercambian experiencias, vidas y sinsabores. No, no es por un celular, son por muchas otras cosas que se desata la violencia urbana y la criminalidad, entre adolescentes con caras de niños y debemos urgentemente en sociedad, analizarlas.

No se nace delincuente, pensemos urgentemente sobre nosotros mismos, el Cibao y Santiago no van bien, algo ha cambiado en esa región de Santiago de los Caballeros, que ha dejado de ser tan caballerosa.

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