La violencia y la pobreza

La violencia y la pobreza

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Alarmados por el alza constante de los índices de violencia, la sociedad y sus autoridades, no saben que hacer frente a un problema que se le ha escapado de las manos a quienes deben velar por la paz ciudadana; la población se ve indefensa, ante la amenaza de que ya todo el mundo espera, de cuando le llegará el turno de ser víctima de un asalto, hasta con la pérdida de la vida.

Inexplicablemente, desde agosto 16, se han incrementado de manera alarmante los asaltos a todas horas y hasta el asesinato sin justificación, solo por el placer de matar, que ha llenado de terror a la población, que la obliga a recluirse en sus hogares y transitar por las calles con gran temor, sin saber de donde saldrá la bala asesina que lo malogre para siempre.

Siempre se dice que cuando un jefe de la Policía no es del agrado de una parte de la oficialidad, de inmediato se incrementan los asaltos y asesinatos, para obligar al gobierno a destituirlo, ya que por su honradez y rectitud, no le permitiría a la oficialidad corrupta a sostener sus pingües negocios que les reportan sus relaciones con el crimen organizado de cada pueblo. Es una costumbre, que cuando se nombra a un nuevo jefe policial en algún pueblo del interior, aparte de reunirse con los sectores representativos de la comarca, se hace otras reuniones más íntimas con los reconocidos negociantes de rifas, narcotráfico, proxenetas, etc. para establecer las cuotas semanales que les permitan operar sus negocios sin ser estorbados por la policía, tal como se ha visto ocurre en Azua, donde un delincuente, que la ciudadanía lo ve con frecuencia, a la policía le pasa inadvertido.

Es una situación muy grave, peor quizás a la quiebra de los tres bancos, que dejó al país en bancarrota, fruto de las torpezas y latrocinios de la administración perredeísta anterior, en que el FMI, fue engañado dos veces. Ahora se busca desesperadamente su presencia para poner al día al país para que los recursos frescos frenen en algo el crecimiento vertiginoso de la pobreza.

La pobreza, junto a la disolución del núcleo familiar, es responsable en mayor grado al auge de la delincuencia, que atrae a tantos dominicanos sin hogar y sin orientación de un padre o de una madre responsable, que se inclinan con júbilo a delinquir ya sea robando, o matando o traficando con drogas, de forma que el dinero le llegue fácil a sus bolsillos para imitar a los que ven y oyen en los anuncios que incitan a vivir bien sin dar un golpe como el anuncio aquel del fracatán.

La pobreza creció de manera alarmante en los pasados cuatro años. Sus consecuencias la vive y la sufre el país, con la oleada desatada de violencia, en que se reclama mano dura contra los antisociales, pero que en el fondo se anhela que esa mano dura sea eliminándolos en una acción peor que la enfermedad, ya que ésta no está en la sábana, sino en el sistema que heredamos, cuando los que no se inclina ser delincuentes, optan por marcharse en frágiles embarcaciones hacia Puerto Rico.

La violencia, es fruto de un comportamiento nacional que se viene generando desde hace más de 30 años, con la desintegración familiar, la paternidad irresponsable, las ambiciones de los políticos, que para ellos la educación no es importante, solo les interesa ver como logran más recursos robados al Estado. Esos vientres alegres, sin respaldar a las criaturas que nacen, crecen y son arrojadas al fango del delito y se riegan por todo el país en las formas más variadas de apropiarse de lo ajeno, y en donde el elevado índice de muertos en el año, habla a las claras que el problema está muy lejos de ser enfrentado con severidad y reformas educativas.

Las marchas contra la violencia, que tan de moda están hoy en día, las enfáticas declaraciones de los jerarcas eclesiásticos, militares y civiles, habla de la preocupación que nos abruma a todos, sin tener soluciones a mano. Aun cuando se quisiera recurrir a los métodos stalinistas o trujillistas, se estaría cayendo en un terreno muy peligroso, en vista de que es un sentimiento reconocido, de que no se le tiene confianza ni a la policía ni a los jueces, que por las actuaciones recientes, se ha creado una sombra de dudas acerca de la imparcialidad e idoneidad de la justicias, que parece se ha permeado con la maldad a niveles, que la Suprema Corte de Justicia, ha tenido que amonestar y castigar a jueces venales, que no cumplen con los deberes legales puesto a su cargos. Otro tanto existe con la policía, en que ya es un sentimiento generalizado, en que casi todos los actos de violencia, aparecen participando un miembro de la institución, que muchas veces es abatido por sus propios compañeros para descubrir que era un compañero de armas.

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