Si la iglesia católica no hubiese sido parte de la colonización, esta isla sería tierra arrasada, sin rastros de vida organizada. Si esos curas no hubiesen llevado un registro de bautismos y nacimientos, ni siquiera estuviéramos alineados por orden alfabético en una lista de pobladores, ni en un directorio telefónico. La fe de bautismo nos puso en mejores condiciones identitarias que otros países donde carecen hasta de cédula. Pero, lamentablemente, no nacemos con visa. Huchi Lora, preocupado por los riesgosos viajes ilegales, descubrió la coartada de los pobres que les ponen a sus hijos nombres “americanos”, como Jholerpis, Emersis, Jhonathan, Airlenes y otros “yankófonos”, como sortilegio para hacerles más fácil obtener la visa.
Más dramático viene a ser para la clase media, pues la visa ha llegado a ser una parte esencial de la identidad y el status de este segmento de dominicanos, para quienes no hay bochorno mayor, ni nada que les baje más su auto-estima que no poseer “la visa”, como si la vida perdiese sentido si no se logra ir de vez en cuando a Nueva York o a Miami. O, quizás, tener un apartamento en Orlando. Es difícil decir que alguien ha triunfado si carece de la visa.
Para millares, obtener visa puede ser el evento más importante de sus vidas, la liberación definitiva de la pobreza y la insignificancia social. Por ello, la misma suele asociarse con clandestinidad, tráfico humano y contrabando de almas; y con deudas impagables, fraudes, extorsiones y naufragios.
También se trata de la necesidad de superarse, del conocer, del libre transitar. Lo arbitrario y dramático también tiene que ver con que la negación del visado califica al rechazado como “de tercera”. Hay algo peor, y es que a alguien le quiten la visa por mala conducta. Especialmente si es figura pública o un notable, y que sea mediante un acto público, verdadera o pretendida deshonra a plena luz solar.
No es extraño que haya quienes prefieren ser elegibles para una visa que ser elegibles para entrar al cielo. Terrenalmente hablando, la negación o el retiro de la visa causa una especie de apatridia tóxica, ya que muchos miles tienen a los USA como segunda patria, o tienen padres, hermanos y otros familiares que son residentes y ciudadanos de ese país. En todo caso, los EUA vienen siendo, para muchos, el grupo de referencia por excelencia para diversos fines.
Ni miopes ni perezosos, los cónsules saben lo fuerte y afrentoso que es este ajusticiamiento público, a menudo el único castigo de tipo moral y social que reciben ciertos personajes, contumaces, impunes, que ni la justicia ni la sociedad han podido sancionar. Por eso, a veces, no deja de causar un cierto regocijo el que le quiten la visa a unos de esos.
Pero no quisiéramos que los cónsules se equivocasen censurando a buenos, ni franqueando a malos. Ni que se use el expediente del visado para causas espurias, ni ofensivas a una soberanía nacional que tanto les ha costado a nuestros fundadores, y a otros muchos esforzados dominicanos.