El país ha de llegar, previsiblemente, a las manifestaciones extremas de la dislocación meteorológica que viene avasallando al mundo con inundaciones y sequías extraordinarias; y si falta lo peor, República Dominicana tiene que poner intensidad en las medidas a aplicar sobre los recursos naturales para atenuar consecuencias.
En riesgo están las familias que durante años y sin ver más allá de lo que sobrevendría poblaron riberas, cauces secos y bordes de precipicios no consolidados. La desgracia en zonas urbanas y rurales dejaría de ser hipotética.
La alteración a cursos de agua por abusos en extracción de materiales y lanzamiento de desperdicios y escombros conduciría a graves daños a la producción de alimentos al crear obstáculos al paso de la corriente en negación de riego a cultivos o que al colapsar barrerían lo sembrado.
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Los acuíferos degradados restarían agua a los acueductos. Frenar cortes irracionales en la floresta se constituye por la avisada ruptura de patrones climáticos en objetivo de emergencia nacional.
Revisar con rigor la resistencia de las moles y compuertas de los embalses sería una previsión contra fracasos antes de que la propia naturaleza con sus ímpetus pase a poner a prueba sus firmezas.
No se podría contar mucho con que puentes y carreteras superarían en buen estado las embestidas de lluvias y vientos si la mano del hombre, con uso de maquinarias, no preserva la fluidez de los caudales.