La vita è un paradiso di bugíe

La vita è un paradiso di bugíe

Es que uno no sabe en qué creer.  Recuerdo  una  canción italiana que, en años de adolescencia, escuchaba susurrante: “La vita è un paradiso di bugíe, quelle túe, quelle míe” (la vida es un paraíso de mentiras, aquellas tuyas, aquellas mías).

También tienen los italianos un proverbio: “Le bugíe hanno le gambe corte” (las mentiras tienen las piernas cortas), pero –añado yo- no tan cortas como para que   no puedan caminar largos trechos. Joseph Goebbels, siniestro Ministro de Propaganda del régimen nazi, reiteraba la idea (que era anterior a él) de que  “una mentira repetida se convierte en verdad”. Bueno, no siempre ni permanentemente. Consolémonos con que la mentira tenga las patas cortas.

          Estas mentiras que nos rodean, que zumban como abejorros junto a nuestras orejas no dejan, sin embargo, de hacer daño. Gran daño. Y después del daño hecho…”el palo dao, ni Dios lo quita”, y esta esperanza maligna alienta a los perversos, a los ignominiosos y los infames, pero cuando pasa la ebullición de la mentira y  el tiempo impone la verdad, entonces queda sólo la pálida cicatriz del daño hecho.

      En estos días hemos constatado la acción de la malignidad mentirosa. Aquí y afuera. Afuera y aquí. En el caso Bin Laden asoman a la superficie las mentiras y ocultaciones maliciosas: Un  anciano criminal, desarmado, antiguo instrumento de la ominosa CIA, quien “tal vez” tuvo que ver en el pavoroso terrorismo de las Torres Gemelas de Nueva York, y “tal vez” desde su escondite planificaba otros ataques terroristas, fue asesinado frente a su familia por un cuerpo élite de SEALS estadounidenses, en su vivienda, en territorio paquistaní. No pidieron autorización a Paquistán para tal violación de su territorio.

No lo apresaron para juzgarlo, condenarlo y ejecutarlo. No. Lo mataron y echaron el cuerpo al mar. Así nadie sabe si efectivamente se trató  de Bin Laden. ¿Por qué no hacer como con Sadam Hussein: apresarlo, mostrarlo, juzgarlo, condenarlo y ejecutarlo? Sorprende que un presidente que generó tantas ilusiones de justicia y democracia como Barack Obama, Premio Nóbel de la Paz, estuviese presenciando en vivo por transmisión instantánea esos acontecimientos  (seamos ingenuos) y no impidiera la ejecución. ¿No habría sido más efectivo presentar al terrible terrorista finalmente apresado y tras juicio abierto a los medios, ultimarlo como a Hussein, que  al fin de cuentas no tenía “armas de destrucción masiva” y no representaba un peligro? ¿No habría sido políticamente más efectivo que el mundo pudiera ver a Bin Laden prisionero condenado a muerte?

      Se trata de que existen ocultaciones de gran magnitud. Y uno no sabe que creer. También aquí tenemos juegos de medias mentiras y medias verdades, todo hábilmente manejado para confundir. 

Lo malo y lo bueno, el progreso y el atraso, la justicia, cada vez menos confiable, y la injusticia social campeando a sus anchas, todo eso me lleva al doliente soneto LXVI de Shakespeare, cuando  al enumerar múltiples injusticias (…“captive good  attending  captain ill)  el bardo proclama su descontento con el mundo, del cual mejor sería salir.

    Es que no es nueva la desesperanza.

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