Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Romanos 7: 18
Una de las batallas más fuertes que tenemos que enfrentar todos los días es con nuestra propia naturaleza. Esta no quiere hacer lo que conlleve sacrificio y esfuerzo, inclinándose solamente por aquellas cosas que le resultan fáciles y agradables.
Nuestra carne es débil para hacer la voluntad de Dios, pero es fuerte para pecar. Vemos cuánto trabajo nos da someternos a la voluntad de Dios, ser obedientes y caminar en la verdad. Nos resulta difícil y a veces imposible de cumplir, a sabiendas de que esto es lo que nos conviene, pero podemos hacerlo.
Por eso debemos esforzarnos para ganar esta batalla, porque resulta penoso que habiendo aceptado a Cristo seamos dominados por aquella. Hacemos inútil el sacrificio de la cruz cada vez que caemos. Pidamos al Espíritu Santo la revelación del misterio de la cruz, para que nos muestre el inmenso amor del Padre y la misericordia del Hijo. Él se entregó para que fuésemos libres y no estuviésemos bajo yugo alguno.
Cuando entendamos esto nos fortaleceremos para resistir y hacerle la oposición a nuestra carne. Porque ésta no es más fuerte que nuestro Espíritu. Entonces, no haremos lo que deseamos, sino lo que Él ordene.