La aventura podía parecer loca, pero los aventureros estaban cuerdos. Camuflados como parte de los feligreses que acudieron a la procesión de la Virgen del Carmen el lunes 16 de julio de 1838, Juan Pablo Duarte y otros ocho jóvenes se escurrieron, uno a uno, en una casa frente a la parroquia. Mientras la calle se llenaba de música y de cánticos religiosos, los conjurados, en insospechada actividad, formaban la sociedad secreta La Trinitaria, que llegaría a ser la matriz de la Independencia.
Los jóvenes veinteañeros no se rindieron al pesimismo prevaleciente que creía imposible cambiar un viejo estado de cosas. Vigorizados por Juan Pablo Duarte, impusieron su coraje sobre el desánimo general, eligieron la acción en lugar de la inercia tradicional.
Los cantos resonaban en las calles de piedras polvorientas, y ningún intruso escuchó a Juan Pablo arengando a sus amigos acerca de la imposibilidad de seguir viviendo fusionados a la República de Haití.
Sus compañeros estaban motivados, listos para la aventura. Tenían el valor de la juventud para refutar tres siglos de historia y soñar lo inalcanzable: el derecho de gobernarse a sí mismos con plena libertad.
Compromiso patriótico. Se declararon listos para asumir un compromiso que trascendía sus propias personas, que demandaba preciadas posesiones: vida, honor y bienes.
Juan Pablo había pasado seis años instilando valores patrióticos entre sus primeros conversos, hasta la gran iniciación secreta, la conspiración que los colocaba en el camino de la confrontación con el poder de Haití y las fuerzas dominicanas aliadas a él.
A pocos pasos de la Plaza del Carmen, encerrados en la casa de doña Chepita Pérez, prestaron juramento a la causa de la libertad dominicana.
Juan Isidro, el hijo anfitrión, fue el primero en la fila de los iniciados esa mañana. Lo siguieron Juan Nepomuceno Ravelo, Félix María Ruiz, Benito González, Jacinto de la Concha, Pedro Pina, Felipe Alfau y José María Serra.
Cada uno selló con su sangre el juramento que con voz clara Duarte leyó despacio:
En nombre de la Santísima e Indivisible Trinidad de Dios Omnipotente: Juro y prometo por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, mi vida y bienes a la separación definitiva del Gobierno haitiano, y a implantar una república libre e independiente de toda dominación extranjera, que se llamará República Dominicana, la cual tendrá un pabellón tricolor en cuartos encarnados y azules atravesados con una cruz blanca…
Valores sacramentales. Con ese juramento comenzó la misión emancipadora. Las ideas de Duarte tomaron orden y cuerpo. Sus valores quedaron plasmados en las palabras sacramentales Dios, Patria y Libertad, que identificaban a los trinitarios.
Viviría apegado a ellos, inmutable su fe en la Providencia, el amor a la isla, y a su independencia.
En los emblemas de la nación resaltó los valores de la unión y la igualdad.
Pensó la cruz como símbolo de redención, no de padecimiento. Bajo su égida, prometieron redimir la patria del poder de los hatianos.
Juan Pablo introdujo el color blanco en la bandera para indicar que la República acogía todas las razas en igualdad de condiciones.
Duarte fue nombrado general en jefe de los ejércitos revolucionarios y director general de la revolución.
En ese momento, el joven de 26 años se declaró dominicano independiente. Anticipaba larga la tarea de despertar la consciencia patriótica entre sus compueblanos que no tenían fe en sí mismos.
Liderazgo, organización. Su estrategia de lucha siguió basada en el disimulo y la prevención. Era ya un consumado maestro de la guerra solapada.
La causa demandaba cordura y habilidad para hilar el tejido conspirativo sin llamar la atención de la autoridad.
Por eso organizó La Trinitaria como un movimiento cerrado, prácticamente impenetrable, una armada invisible que esperaba el momento de vulnerabilidad del enemigo.
Tenía una base triple, tres integrantes por cada célula, lo que explica la elección del nombre cargado también de simbología religiosa.
La concibió con la imaginación de un matemático, como un centro con sus radios, y con ese símil la explicó.
Cada extremo representaba un miembro, el cual debía iniciar a dos, sin conocer el núcleo ni los demás radios y sus grupos. Si había traición, solo uno perecía, pero la asociación seguía ilesa.
Valor y celo. Con el celo de recién iniciados, cada socio fundador se comprometió a buscar dos adeptos, quienes debían repetir los afiliados sin revelar a los nuevos la identidad del resto.
La propaganda callada ganaría prosélitos sin consignar nombres, ni hacer reuniones grandes, para evitar imprudencias.
Los iniciadores principales juraron nunca revelar a su cabecilla, quien era conocido como Arístides en el trabajo clandestino.
Así los inició el maestro en una causa llena de riesgos que creó una nación, una nueva generación de dominicanos y otras eras que nos han llevado hasta el presente.
Si bien la ocasión de fundar una nación de arriba a abajo se presenta una vez en la vida, a cada nueva generación le toca la tarea de mejorarla aplicando las lecciones aprendidas en el proceso de prueba y error.
Nuestro tiempo es tan difícil y confuso como el de los trinitarios, y, como el de ellos, está lleno de oportunidades y desafíos.
Fe en la nación. Igual que en el tiempo de Duarte, muchos dominicanos no tienen fe en la posibilidad de engrandecer la nación mirando hacia dentro, usando creativamente sus propios elementos.
Somos una isla tropical sometida a la esclavitud del petróleo, con recursos inagotables para producir energía solar y eólica en cantidades apreciables.
Tenemos residuos vegetales y basura con potencial de generar otras energías a salvo de los precios internacionales, y vitales para el desarrollo sostenible.
¿Qué esperamos?
Encarnamos la inercia de nuestros antepasados, seguimos en crisis de identidad imitando estilos de vida onerosos en lugar de crear fórmulas adecuadas a nuestras necesidades.
Como observó de los latinoamericanos Simón Rodríguez, maestro venezolano del siglo XIX:
Somos independientes, pero no libres. Dueños del suelo, pero no de nosotros mismos.
Juramento Trinitario
En nombre de la Santísima e Indivisible Trinidad de Dios Omnipotente:
Juro y prometo por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, mi vida y bienes a la separación definitiva del Gobierno haitiano, y a implantar una república libre e independiente de toda dominación extranjera que se llamará República Dominicana, la cual tendrá un pabellón tricolor en cuartos encarnados y azules atravesados con una cruz blanca.
Mientras tanto seremos reconocidos los trinitarios con las palabras sacramentales Dios, Patria y Libertad.
Así lo prometo ante Dios y ante el mundo. Si tal hago, Dios me proteja, y de no, me lo tome en cuenta; y mis consocios me castiguen el perjurio y la traición si los vendo.
Los Valores
1. Honor
Porque practicaban el valor del honor en sus vidas, Duarte y los trinitarios se sintieron moralmente obligados a cumplir el juramento de crear una República Dominicana independiente.
2. Lealtad
Haciendo honor al valor de la lealtad, los trinitarios no abandonaron la causa y se apoyaron mutuamente en las peores circunstancias. Ofrecieron lo mejor de sí mismos a la patria, cuyo suelo agradecían y servían desinteresadamente.
3. Compromiso
El valor del compromiso movió a Duarte y a los trinitarios a la acción. Los llevó a emplearse a fondo con todo lo que tenían: capacidad, imaginación y energías hasta realizar la misión.