La voracidad de los políticos

La voracidad de los políticos

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
A medida que la humanidad va penetrando en el discurrir del siglo XXI, las grandes lacras, defectos y vicios de los políticos se acentúan, y el modernismo y los cánones morales que predican las naciones sajonas de Europa y de América del Norte, no penetran la coraza impermeable de los cerebros de los políticos, apresurados por sus ambiciones y desesperación por repartirse la riqueza de sus países.

La corrupción de los políticos se ha regado por el continente americano, en particular, así como en los demás en especial el africano, en el este de Europa y en algunos asiáticos, como si fuera la verdolaga, que campea en nuestros campos y en cada amanecer se esparce con rapidez inusitada. Los casos de corrupción política son el pan de cada día; los medios de comunicación se nutren de los escándalos que se desatan con las medidas coercitivas que se les aplica a los políticos atrapados en flagrantes actos de corrupción. Pero muchos son obviados por falta de pruebas, o aplazados para no hacer tambalear la institucionalidad de algún país, que se debilitaría si se le cayeran lo santos de los altares.

El país no ha estado ajeno a esa práctica de los políticos, que ya casi no ocultan sus ambiciones y discuten públicamente la cuota de poder o económica que le corresponde cuando resultan electos o son nombrados. Se les ve atropellando y arrebatando para que se les designe en algunas posiciones como ocurre en estos días que tantas aspiraciones surgidas para la conformación de la nueva Junta Central Electoral, de la Suprema Corte de Justicia con tantos jueces de edad provecta y de la Cámara de Cuentas, en que sus miembros patalean como gatos boca arriba para durar hasta el 2008, pero se sobre entiende que se les tiene el agua hirviendo para desplazarlos de tan apetitosas canonjías.

Los dominicanos no somos ajenos a esa práctica de utilizar los recursos públicos para alimentar fidelidades y ocasionales lealtades políticas, y cada vez que se nombra o se elige a un político, un enjambre de sus seguidores lo arropa para buscar su botella, ya que se entiende que un cargo público es para premiar adhesiones y no para servir al país.

El reparto del erario público por parte de los políticos, que tan a las claras lo expresan frente a la opinión pública, como se ha visto en estos días con la llegada al poder de nuevos legisladores y síndicos, es el objetivo de cada oleada de políticos que llegan a disfrutar del erario público; se arrasa con la anterior empleomanía, que pertenecía a otras parcelas políticas para abrirle el espacio a los nuevos favoritos.

Muy pronto veremos cómo se buscará justificar que los legisladores nuevos continúen disfrutando de sus nominillas y de sus ONG, que tan rentables les ha resultado a tantos políticos-legisladores y hasta a funcionarios gubernamentales de los partidos que nos han gobernado. Y eso viene a colación ya que los flamantes legisladores denunciaron de cómo se aprovechaban del presupuesto nacional para repartirse los fondos en inexistentes instituciones o tener muchos asesores y ayudantes para cubrir compromisos familiares y políticos. Entonces oiremos sesudos argumentos para que las inefables ONG de los legisladores continúen su acostumbrada existencia, dispensando favores y fondos para beneficio de sus patrocinadores, sin que esas supuestas instituciones favorezcan a la comunidad.

Parece que los políticos no temen que algún día el pueblo les pedirá cuentas por sus fechorías y desmanes con los recursos públicos. Pero en estos días hemos visto signos justicieros de que finalmente la justicia parece encaminada a sancionar a quienes han desfalcado al Estado. Se había llegado al extremo, que hasta políticos sancionados por la justicia o moralmente, señalados por el país como responsables de actos dolosos, ha ido a ocupar cargos electivos debido a que dispensan parte de sus fortunas, alcanzadas por medios poco ortodoxos, que hasta naciones extranjeras los han sancionado moralmente impidiéndole que ingresen a sus territorios.

El clientelismo, que se nutre de la pobreza que abarca a amplios sectores nacionales, es responsable de que tantos políticos señalados por sus manejos desfalcando los recursos públicos, se vean aupados, reverenciados y considerados como benefactores en sus comunidades, ya que reparten a raudales lo que no les costó esfuerzos, sacrificios y tiempo para ganárselos ya que proviene del dinero que los contribuyentes aportan con sus obligaciones tributarias al Estado. Además la tradición es que el ciudadano sueña que lo vendrán a buscar para nombrarlo en algún cargo público y hasta se sienta en la puerta de la casa para esperar ese nombramiento, costumbre que fue plasmada en obras de Tulio Cestero y Joaquín Balaguer.

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