Esta es una de las preguntas más comunes en estos días.
Hemos visto cómo muchos pacientes —especialmente los que enfrentan condiciones como el cáncer— se quejan del cambio de medicamentos impuesto por sus aseguradoras de salud. Y con razón: todos buscamos respuestas.
En nuestro país, el cambio de marcas es algo cotidiano. Vas a una farmacia, pides un medicamento y te ofrecen varias opciones. La diferencia suele estar en el precio, casi nunca en la calidad.
La mayoría de los medicamentos de síntesis química (como las pastillas) tienen una versión original y varias genéricas. Algunos genéricos son de excelente calidad, otros no tanto, especialmente en cuanto a efectividad.
Sabemos que nuestro sistema de seguridad social se enfoca en la sostenibilidad financiera, el control de riesgos y la calidad del gasto. Pero, ¿dónde trazamos la línea entre el ahorro y la calidad del medicamento que recibe un paciente?
Ni lo más caro es siempre lo mejor, ni lo más barato necesariamente funciona. Por eso el mercado está saturado de marcas y procedencias distintas.
Sin embargo, hay algo fundamental que muchas veces se ignora: la indicación médica y el consentimiento informado del paciente.
Se critica al médico por tener la “pluma alegre” y se culpa al paciente por dejarse influenciar. Pero, ¿y si no es así? ¿Y si ese paciente se informa, pregunta, compara y elige lo que considera mejor para él?
Quizás no estamos listos para responderle a ese nuevo tipo de paciente: uno que conoce sus deberes y sus derechos, y que ya no acepta todo con un simple “Sí, señor”.
Continuaremos…