La voz expresión del alma

La voz expresión del alma

En una de sus extraordinarias clases magistrales, el ya desaparecido gran tenor canario Alfredo Kraus decía, que la voz es un «misterio», ya que no es una materialidad tangible como lo es el pianoforte, no pudiéndose tocar ni ver pero que se siente, manejándose con las emociones y sensaciones internas y externas, puesto que parte de sus órganos están dentro y fuera del cuerpo, siendo el más perfecto y fascinante instrumento que existe.

Son muchos los tratadistas que han hablado acerca de este órgano de vital importancia entre nosotros, los seres humanos, ya que la facultad que nos diferencia de los demás seres sintientes que pueblan este planeta en esa, es decir, el habla (aunque los científicos han determinado que existen otras criaturas que poseen un lenguaje debido a la gran cantidad de sonidos complejos que son capaces de emitir para comunicarse, como es el caso de la ballena yubarta, popularmente conocida como jorobada). Pero somos nosotros quienes expresamos todos los estados del alma a través de este recurso, desde los más excelsos como la poesía, el teatro lírico, las piezas de oratoria, la labor docente, etc, hasta las expresiones más bajas y vulgares que se puedan concebir.

¿Quién con un poco de sensibilidad no ha quedado prendado ante el melódico discurso de acariciante sonido poético de un romántico lied de Schubert o Brahms?

¿Quién no se ha emocionado hasta las lágrimas escuchando en disco a heroínas como norma, Aída, Tosca, Turandot, Madama Buterfly, La Traviata, Lucía de Lammermoor y tantas otras inmortalizadas en las voces de una Tebaldi, María Callas, Rosa Ponselle, Birgit Nilsson o Monserrat Caballé?

Y si hablamos de teatro, especialmente el shakespereano, ¿quién no ha vibrado al escuchar la infinidad de matices, cadencias rítmicas y colores vocales, en las perfectas y elegantísimas dicciones de un Laurence Olivier, Ralf Richardson, John Gielgud, Richard Burton, Alec Guiness o Peter O’Toole?

Lo mismo ocurre con los grandes oradores. ¿Acaso la historia no nos habla del hechizo oratorio de un Demóstes y Cicerón en la antigüedad, de la formidable voz de un Dantón que electrizaba a las enardecidas masas revolucionarias francesas, y más recientemente, las filipinas de ocho o más horas de un Fidel Castro en los albores de la revolución cubana, o la maestría sin parangón de un Joaquín Balaguer, que en boca del mismo líder cubano, decía, que éste era una enciclopedia viviente que emociona?

Así en nuestra memoria encontramos a cantidad de personalidades que a través de sus voces nos han colmado de enseñanzas y delectación por el saber, como Arturo Uslar Pietri con sus «Valores Humanos», o Aquiles Nazoa con «Las cosas más sencillas» (ambos programas de la televisión venezolana de los años sesenta y setenta), o un Manuel Rueda, quien no solamente era un ente renacentista de estos tiempos en todo su justo valor, sino que era un soberbio y exquisito conversador. Y hasta un científico planetario como Carl Sagan, quién en su monumental programa científico-cultural «Cosmos», nos explicaba con doctas pero amenas palabras, la historia del universo, además de la lucha del hombre por desentrañar sus más reconditos misterios.

Pero también la palabra emanada de la garganta puede ser enormemente perjudicial, ya que hasta la Biblia dice: «no es lo que entra por la boca lo que mata y hace daño, sino lo que sale de ella», puesto que cuando actuamos en desacuerdos a lo que decimos, nuestra palabras nos traiciona, y por obra de la providencia ostentamos un cargo en el que llevamos a cuestas el destino de todo un pueblo, esa palabra emanada del instrumento que nos diferencia de las bestias, la voz, puede ocasionar un desastre de nefastas e imprevisibles consecuencias.

Esa es la razón de la perplejidad y desconcierto de todos, ya que cuando escuchamos barbaridades de personas que tienen tan grande responsabilidad, expresándose con esperpentos retorcidos como el engendro ese de la Ley de Lemas, o del: «Aquí se hace lo que yo digo, porque para eso es el poder, para usarlo como mejor nos plazca», la palabra se convierte en una espada de doble filo, igualándose a aquel viejo dicho de que la lengua es el castigo del cuerpo.

Por todo lo antes dicho, usemos siempre nuestra voz para cosas de veras útiles, que ayuden a elevar a nuestro espíritu, que bastante falta que le hace en estos tiempos de vacuas, pero a su vez, amenazantes palabras empeñadas al estercolero.

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