La marginalidad que ha poblado entornos de ríos, cañadas y zonas bajas que acumulan todo lo que cae del cielo, siguen poniendo en evidencia áreas del país dramáticamente vulnerables a las drasticidades del cambio climático. Antes de que se agudizaran los comportamientos extremos y alternados de escasez y diluvios se vivía el crecimiento demográfico con desigualdad social que sigue hoy y arroja seres humanos a los asentamientos inseguros. Un uso habitacional fuera de control que por falta de planificación y de infraestructuras que faciliten saneamientos condena a numerosos conglomerados a estar expuestos a considerables daños personales y materiales. Debilidades institucionales han estado de por medio; un antecedente que presagia la repetición de calamidades por el constante ascenso del calentamiento global y sus efectos sobre la naturaleza en sentido general y que convierten en más intensos los fenómenos atmosféricos.
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En el umbral de mayores furias de los elementos, y para que la falta de inversiones para llevar seguridad a espacios poblados no genere peores consecuencias, debe asignarse prioridad a la construcción y limpieza de drenajes y canales y construir medios para conducir gran cantidad de agua hacia el mar y el subsuelo. Vamos a lo peor por el retraso en librar batallas contra la mala disposición de residuos sólidos y la nociva dependencia a envases de plásticos de un solo uso en que están sumidos muchos consumos en dura agresión al ambiente; constituidos en sus peores enemigos.