La XXIII Bienal de Artes Visuales permanecerá en la memoria (1 de 2)

La XXIII Bienal de Artes Visuales permanecerá en la memoria (1 de 2)

POR MARIANNE DE TOLENTINO
Solemos ser muy severos con las Bienales en Santo Domingo, y las críticas negativas afluyen más que los elogios. Sin embargo, fuera de excepciones lamentables, como la vigésima primera edición, cada celebración trae aspectos positivos y negativos, centrándose las objeciones en la atribución de los premios, pero la Bienal progresa.

Es igualmente incuestionable que, a nivel de la organización y del reglamento, siempre se trata de aportar, con sinceridad institucional, mejorías beneficiosas para los artistas y la calidad del evento. Que todos los cambios sean afortunados es otro asunto, no obstante para la Bienal siguiente los desatinos se toman en cuenta, generando nuevamente avances o retrocesos… Hay algo de mito de Sísifo en todos los concursos de arte, nacionales e internacionales.

Ahora bien, esta XXIII Bienal de Artes Visuales que tenemos la oportunidad de disfrutar en el Museo de Arte Moderno hasta el 30 de octubre, ha estremecido el medio artístico desde su anuncio, al aumentar el monto de los premios, llevándolos a sumas de grandes certámenes internacionales. Esa decisión no caracteriza solamente al sector de la producción visual, sino se observa como una política general de la Secretaría de Cultura, que también se observa para la literatura y demás manifestaciones de la creación intelectual.

Los Premios

Felizmente, el otorgamiento del Gran Premio, fijado en 500.000 pesos, ha coronado una obra de índole y calidad excepcional, un resultado totalmente inesperado –algo muy bueno y raro en una bienal– premiando a una secuencia de videos. Significa un salto hacia adelante en una categoría habitualmente irrelevante en nuestro país, que de seguro va a incentivar el arte vídeo dominicano. Además el autor, Ignacio Alcántara, que por primera vez participa en una Bienal, es, para la mayoría de nosotros, un auténtico descubrimiento: abre reales perspectivas para la proyección internacional de la República Dominicana en ese campo.

Creemos importante subrayar que esa premiación, increíblemente generosa y por tanto se cuestionaba, hubiera podido quedar desierta o recaer en una obra sin méritos justificables ni incidencia para el futuro. El Gran Jurado –que reúne los jurados de Selección y de Premiación– no podía haber actuado mejor. Sin duda es uno de los logros de la XXIII Bienal y gana su sitial en la historia del arte dominicano.

En Santo Domingo estamos desgarrados entre la tradición y el deseo de alcanzar los avances de la actualidad. Finalmente queremos conciliar a ambos valores, y el resultado no siempre está afortunado. Se ha conservado la categorización de las obras –10 renglones– y los premios por categoría, pensando que su monto iba a estimular la participación, tanto de los artistas consagrados –el premio igualando o superando su estimación en el mercado del arte– y sobre todo provocar la cantidad y la calidad de medios en franco descenso local o indiferentes a la Bienal.

Lo previsto por pesimistas incorregibles sucedió: carencia de participación en Arquitectura –agravando la tendencia de ediciones anteriores–, disminución dramática de Obras gráficas, poquedad de la Cerámica, escasez del Video –salvado por el Gran Premio–, pobreza de las Acciones y Performances –aunque aquí tenemos duda en cuanto a la selección–. ¡A veces para dar más, se consigue menos!

Quedaron desiertos los Premios y a veces la selección, en Arquitectura, Acciones y performances, Cerámica, Obra gráfica y Vídeo. Si llegamos a un cálculo, el «ahorro» de los premios no atribuidos permite que la Secretaría de Cultura gaste una suma global, equivalente a una premiación más modesta y acorde con las disponibilidades presupuestales. Pero sabemos que ese no era el propósito…

Si realmente se aspira a estimular la participación en todas las categorías, basta enumerar en las bases los medios y procesos que los artistas podrán presentar en la Bienal y que ellos anotarán en los formularios de inscripción.

Luego la Premiación debe ser abierta, al igual que se estipuló en ediciones precedentes –¡hemos retrocedido en relación con 1981!–. Diez Premios, sí, pero que se permita al Jurado otorgarlos en cualquier categoría… Así probablemente, no quedará ninguno desierto. Si, en una categoría –cualquiera que sea–, hay varias magníficas obras, dos o tres premios se les conferirán.

Se suele temer que esa apertura beneficie a la Pintura –que no pocos dentro y fuera del país decretan moribunda–. Sabemos que son temores infundados: sucedió, en el pasado reciente, que, en un sistema de premiación abierta, ningún premio se atribuyó a la pintura, pese a a ser ese lenguaje cuantitativamente mayoritario. Por cierto, en la XXIII Bienal, hubo una inmensa afluencia de pinturas, casi 500… y se tiene curiosidad por su selección o –mejor dicho– la eliminación de cerca de 90%, número y proporción insólitos en relación con las demás categorías. Cerraremos esta digresión, expresando que tampoco se debe castigar indirectamente medios artísticos que sustentan la historia del arte dominicano

Creemos por otra parte que hay otros modos más eficaces de provocar un repunte de ciertas formas de creación, como Salón, Simposium, o Certamen, circunscritos a sus respectivas expresiones: Dibujo, Escultura, Grabado, etc… ¡Qué tendrá un costo, no cabe duda, pero los resultados serán más positivos y productivos! Aparte de animar la vida artística local.

Una segunda inquietud ha surgido de la atribución de ciertos premios y los argumentos escuchados. Hay un cuasi consenso de que el tríptico, fuertísimo, mordaz, impecablemente ejecutado, de José García Cordero, merecía el Premio de Pintura, incomparable con la obra galardonada y las demás. Se ha rumorado que así se sancionó la repetición del tema y la concepción en ese gran artista.

En primer lugar, no es una razón suficiente, habría que censurar a la mayoría de los artistas en el mundo, dueños de un sello inconfundible… No obstante se premió, en su categoría, a la también sobresaliente Instalación de Jorge Pineda, que había expuesto antes trabajos similares, y nos alegramos por él. Intrínsecamente él merecía esta distinción.

Sucede que los Jueces, extranjeros o no permanentemente en contacto con la actualidad dominicana, conocían la creación pictórica de José García Cordero, en constante reprocesamiento desde hace años. Sin embargo, descubrían a Jorge Pineda, su temática, su personaje, su factura, y el impacto culminó en la máxima recompensa en una categoría, hoy decepcionante. Es la clase de injusticia relativa, que sólo se evita en base a criterios diferentes y una mejor información compartida.

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