La XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales ¡A la hora de premios!

La XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales ¡A la hora de premios!

Como destellos de un espacio epistémico de la libertad y el absurdo. Espacio buscado, extraviado, constantemente sitiado “desde adentro”. Como “celajes” esperanzados de la reflexión multidisciplinar en torno a las cifras de la ruptura y la reflexión en el contexto de las artes plásticas y visuales dominicanas de la posmodernidad, habría que registrar la más reciente edición del “Déja Vu”: penúltimo round del “traqueteo” y el delirio -como especie de una nueva “tormenta perfecta” de “Egos en almíbar” (Marcelo Ferder, 2004), denuncias, impugnaciones, réplicas y otras premeditaciones- que ha venido a desatar el controversial veredicto del jurado único de selección y premiación de la XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales.

Como se sabe, dicho jurado lo integraron Chus Martínez (España/Nueva York), exdirectora del departamento curatorial de la Documenta de Kassel (Alemania), exconservadora jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (2005-2008) y actual curadora de El Museo del Barrio, Nueva York; Quisqueya Henríquez (Cuba/República Dominicana), formada en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y el Instituto Superior de Arte de La Habana, y Bingene Armenteros (República Dominicana), directora de la Fundación Goiena y de la Galería Arte Berri, en Santo Domingo.

En realidad, el epicentro del “vendaval” de críticas contra la XXVII Bienal fue generado por la concesión del Gran Premio a la novísima Joiri A. Minaya con sus obras “Metonimia” (video) y “Satisfecha” (performance)…“Por unanimidad el jurado premia las dos piezas presentadas, un video documentando una performance y la performance realizada el día 14 de agosto. El premio valora la madurez de un lenguaje artístico que con la sencillez de una artista que sabe que el control estriba en dejar que cada gesto, cada elemento en la performa aparezca de un modo natural y elocuente ante la audiencia. La osadía de su obra reside en una simplicidad al servicio de una intención estética y política ambiciosa a la vez que posibilitadora para todos aquellos que son testigos…

“Su obra denota sensibilidad, firmeza, capacidad de entender el contexto desde el que trabaja y, a la vez, capacidad de responder a él con un lenguaje tan complejo y difícil de adaptar a contextos institucionales tradicionales, como es el de la performance. Inteligencia a la hora de absorber la tradición y frescura a la hora de presentarla en el contexto de la bienal destacan en su trabajo. Su sutileza subraya la necesidad de reinventar monumento y memoria colectiva” (el jurado)…

Tres días después de la publicación de este veredicto, el lunes 19 de agosto, en el periódico acento.com, Martín López, veterano periodista, artista visual y teórico de “los extramodernos”; ganador, en diferentes ediciones, incluyendo el Gran Premio de la XXII Bienal (2003), denunciaba una supuesta violación de las bases. Específicamente del artículo 5 que exige la condición de inédita a toda obra concursante. Al mismo tiempo, proponía a los artistas el retiro voluntario del contexto de la Bienal y solicitaba al Ministerio de Cultura, al Museo de Arte Moderno y al Comité Organizador, proceder a “enmendar lo sucedido” con la anulación del Gran Premio a Joiri Minaya, eliminando sus obras del conjunto expositivo y escogiendo nuevamente, entre las obras no premiadas, “para redimir la clase artística afectada y volver a la normalidad en el estado general de la Bienal”…

De esta manera, Martín López encendía la primera chispa del torbellino de sospechas, ataques, cuestionamientos y discursos que provocaron las decisiones del jurado. Así, el martes 20 de agosto, Clinton López, presidente del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos, entrevistado por el periodista Severo Rivera en el periódico Diario Libre, denunciaba la “violación de los reglamentos y las leyes” de la Bienal por parte del jurado. Consideraba el veredicto como “una burla” al arte dominicano y adoptaba una postura performática “deslumbrante” que parecía posicionarlo en el mismo centro de la tormenta como virtual y sacrificable “mesías” de nuestra “clase artística afectada”.

El jueves 22 de agosto, un grupo de artistas, en su mayoría residentes fuera del país, “preocupados por el deterioro de la Bienal Nacional de Artes Visuales”, hacía circular por internet un documento exigiendo respuestas institucionales ante las “graves denuncias” formuladas por Martín López y la directiva del Codap. Entre los primeros firmantes de este “Documento público sobre la Bienal Nacional de Artes Visuales” figuraban Diógenes Abreu, Roberto Ramírez, Ismael Checo, Mayobanex Pérez, Dagoberto López, Colectivo de Artista Visuales Domínico-Americanos, Miguel Ramírez, Maximiliano Medina, Hilario Olivo, Mariojosé Ángeles y Félix Berroa.

Aun cuando la mayoría de las intrigas, reclamaciones y “murmullos” redentores, hayan girado en torno al principal cuestionamiento de la condición de “obra inédita” de la performance “Satisfecha” de Joiri Minaya, una de las dos piezas ganadoras del Gran Premio, el discurso “posvanguardista” del veredicto ha recibido algunas lecturas y respuestas reflexivas que ponen en evidencia el hecho de que, a la hora de los premios, el jurado de la XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales decidió apostar, en franca actitud hedonista e irresponsable, a favor de los lenguajes o medios supuestamente más “contemporáneos” y, por lo tanto, en contra de la misma posibilidad del juicio ético y la ecuanimidad.

“El jurado nos confiesa que en verdad no le interesaba seleccionar y premiar obras de arte que fueran la mejor representación del arte dominicano y sus múltiples especificidades. No, el jurado llegó allí con una agenda predeterminada por una práctica contemporánea de predilección por un arte tautológico”…

Así reflexiona Diógenes Abreu, reconocido artista visual y escritor, basado en la ciudad de Nueva York, en su interesante ensayo titulado “Bienal, trampas y malas intenciones”, de amplia difusión por correo electrónico. En su análisis del texto justificador del Gran Premio, Abreu lo considera “un ejemplo fidedigno de cómo el jurado de la Bienal proyecta su “apreciación artística… eminentemente subjetiva” para impregnarle unos supuestos valores vanguardistas a una obra (o conjunto de obras) en particular, mientras al mismo tiempo se los niega a otro conjunto de obras. Esto desvela que la gran narrativa de los dictámenes del jurado no es más que mimetismo ideológico, caja de resonancia de una concepción del arte que nada tiene de nueva”…

Ahora bien, aquí debo advertir que este intento de registro poético de las respuestas más relevantes que siguen suscitando los resultados de la XXVII Bienal, se sostiene, en primera instancia, en el compromiso del diálogo con las instancias, individualidades y sectores involucrados; en la necesidad de una práctica sostenida de la reflexión edificadora y en la intensidad de la pasión que nos revelan las respuestas “críticas” que, por múltiples vías y de distintas formas, buscan la democratización y el enriquecimiento del debate sobre el proceso de mutación que toca a la Bienal Nacional de Artes Visuales y en torno a los mismos ramalazos de la “precariedad” y la incertidumbre que profundizan la dolorosa ausencia de una verdadera “política” estatal de apoyo al desarrollo y la proyección de las artes visuales en Santo Domingo. Continuará…

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