La Zona Colonial: sus zonas grises

La Zona Colonial: sus zonas grises

MIGUEL D. MENA
El Conde peatonal inicia y concluye con dos edificaciones simbólicas, llenas de historia, pero muertas: frente al mismo Parque Independencia, un edificio sin nombre, que ni siquiera aparece en la «Guía de Arquitectura de Santo Domingo» (2006), pero inevitable en su presencia monumental; en su esquina con Arz. Meriño, uno pequeño, donde hace años estuvo la Papelería Pol Hermanos, y que ahora se convierte en un depósito de todo, desde materiales de construcción, hasta basura y espacio para destechados.

La primera edificación, en el Conde con Palo Hincado, es propiedad de la familia Mejía Ricart. Problemas de herencia no resueltos –lo mismo pasa con el Edificio Gómez (1927) un poco más arriba-, ha conducido al mismo a un tiempo sin nada ni nadie. Desde los años 60 aquí se desplegaba un letrero enorme de Seguros Pepín. Aquí también se desarrollaron grandes concentraciones políticas, como las del 14 de junio y el mítico Manolo Tavárez Justo con un su dedo enhiesto en 1963.

¿Cómo olvidar la figura de Caamaño, los tanques de guerra del 1965, la dignidad de todo un pueblo pasando por el frente de este edificio?

A principio de los años 90 la blancura de esta construcción, ese lienzo enorme de su frente, como que sedujo a más de un genio de márketin y zas, la artista argentina Teté Marella fue escogida para un mural que nunca compaginó con la historia ni con la función de este espacio, justo frente al Altar de la Patria.

El tiempo hizo sus cuentas. Mientras el mural se descascaraba, los negocios iban y venían en la primera planta. Tradición y modernidad se juntaron: Barbería Cibao y Burger King. Hubo planes que no prosperaron, como el de rehabilitar la segunda planta como centro comercial «de placita» y construir un mirador en el techo, porque después de todo, la imagen del Parque Independencia es única. Tal idea no prosperó. El edificio sigue vacío. Ni siquiera hay ventanas. A pesar de haber recuperado su color blanco, la sensación de ruina en el sitio más emblemático de la República Dominicana contrasta con las labores y los deseos de embellecimiento del Ayuntamiento y Cultura.

Si lo que pasa frente al Altar de la Patria es deplorable, lo que acontece frente al mismo Palacio Consistorial y al Parque Colón es peor. El viejo edificio de Pol Hermanos –tampoco aparece en la «Guía de Arquitectura…»-, sería uno más si no fuera por su ubicación tan simbólica. Desde la revista norteamericana Harper’s en 1873 hay toda una documentación visual sobre las construcciones en este lugar. Durante más de tres decenios la Papelería Pol Hermanos fue un referente esencial para artistas, estudiantes y oficinistas. La reorientación del comercio en El Conde desde mediados de los noventa, que condujo al cierre de importantes firmas tradicionales, no le dejó margen de eficacia a los hermanos mencionados.

Según fuentes extraoficiales, la excesiva suma que se pide para su venta y lo incierto de recuperación económica del enclave, conduce al cierre de este espacio y a su progresivo deterioro.

Si a estas dos construcciones le agregamos una tercera, la del monumento a fray Antón de Montesinos, en el mismo malecón de Santo Domingo, entonces podremos ver la vértebra de una ciudad cancerígena.

Estamos frente a un triángulo de zonas grises. Todo comienza por los bordes y estamos ahora justamente en frente de ellos.

En los años sesenta y setenta Henri Lefebvre, los situacionistas y luego Manuel Castells  desarrollaron una crítica radical al funcionalismo y a la vieja Escuela de Chicago por asimilar ésta el espacio urbano al biológico y no verla dentro de las relaciones de poder y las contradicciones del capital. En el caso de Santo Domingo, podríamos implicar ambas visiones. Por una parte, una edificación se sitúa dentro de una gramática y opero dentro de un habla. Un edificio también importa por la historia que contiene. El imaginario histórico, político, se alimenta de símbolos, de construcciones.

Lo curioso es que hay leyes de ornato, de mantenimiento, ordenamientos que exigen un determinado cuidado cuando se trata de locales ubicados en lugares especialmente históricos.

Lo lamentable es que sea el mismo Estado y su institución municipal la que desde la época de Salvador Jorge Blanco (1982-1986), hayan hecho de esta zona del Parque Independencia una zona para el mejor postor, permitiendo violar la escala de construcción, con el edificio de Tele Micro y la apropiación privada del espacio público, el pedazo de calle convertido en placita en esta esquina noroeste del Parque.

Durante la gestión de Johnny Ventura (1998-2002) hubo una importante iniciativa del arq. Pablo Bonnelly, entonces director de Planeamiento Urbano, para recuperar ésta e importantes zonas del espacio urbano capitaleño. Como muchas veces ocurre, las propuestas, bien definidas en un urbanismo sustentable, se quedaron en eso, en propuestas.

Mientras tanto, las zonas grises se siguen consolidando en estos alrededores del Parque Independencia, como si los funcionarios que puntualmente depositan arreglos florales frente a la tumba de los Padres de la Patria no tuviesen tiempo para mirar a sus alrededores.

También Montesinos, al sur de la ciudad y frente al Mar Caribe, nos sigue recibiendo con su voz clamando en los desiertos.
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