La zona del malecón continúa siendo largo vertedero a pesar de denuncias

La zona del malecón continúa siendo largo vertedero a pesar de denuncias

El litoral sur de la ciudad de Santo Domingo continúa siendo un enorme basurero en el que convergen desperdicios, animales, letrinas, tarantines y negocios de toda índole.

Aunque cada zona ofrece imágenes distintas, quien camina por el malecón o por la Autopista 30 de Mayo puede comprobar hasta qué punto el descuido y la desidia se han adueñado de toda el área.

En la plazoleta de Fray Antón de Montesinos nadie puede permanecer mucho tiempo: el olor, fétido, habla de las necesidades fisiológicas que se satisfacen allí. Al dar una vuelta, lamentablemente, hay evidencias más obvias de ello.

Cerca de ahí, entre la estatua y el muelle de la Autoridad Portuaria, está la salida de un drenaje de aguas residuales. Acumuladas, formando una asqueante laguna que está a unos diez metros del mar, las aguas compiten con el vergonzoso espectáculo que ofrece el gran cúmulo de basura sobre la arena.

Cada pequeña playita, cada cala y la mayoría de los arrecifes a lo largo de las avenidas George Washington y 30 de mayo están terriblemente sucias. Recipientes plásticos, chancletas rotas, botellas, fundas y toda clase de restos están ahí, hasta que algún día el Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN) se decida a limpiar.

Las autoridades edilicias, al parecer, se conforman con recoger únicamente la basura que está a simple vista: en aceras y contenes. Las áreas de playa, sin embargo, parece que le corresponden al mar.

[b]CONTINUAN CONSTRUYENDO[/b]

A unos pasos de la estatua de Montesinos continúan los trabajos de extensión de uno de los negocios que funcionan en esa área, obstaculizando la vista al mar.

Si se continúa caminando, y se cruza el Fuerte de San Gil, puede descubrirse algo peor: tranquilas, como si de nada hubiera servido la disposición del ADN de quitarlas, se alzan dos letrinas que desembocan en el mar. Una de ellas, verde, está totalmente hecha de planchas de zinc: «sólo orinar», reza en una de sus paredes. La segunda, junto al negocio «Elvis Chacabana», es de madera con techo de zinc.

La letrina que había en la plaza Juan Barón, en cambio, sí fue quitada. Enojados, los dueños de los chimichurris argumentaron que la prensa está contra ellos. A pesar de todo, dijeron que están limpiando la zona para no tener problemas.

En la plazoleta de Güibia, que está limpia, se hace evidente hasta qué punto están divorciadas las realidades de la playa y las aceras: desde que se bajan los primeros escalones, se puede ver un vertedero. Además de la basura que trae el mar, en la arena pueden verse las fundas negras de basura que lanzan desde el Club de Profesores de la UASD.

«Yo he visto cómo tiran las fundas desde el otro lazo. Su trozo está limpiecito, reluciente, pero ensucian lo que está al lado. Muchas veces, surfiando, yo me he encontrado con las fundas en alta mar», se quejó Marcos Saint-Hilaire.

[b]EN LA 30 DE MAYO[/b]

En cuanto se llega a la Autopista 30 de Mayo, en las cercanías del Hotel Santo Domingo, puede apreciarse cómo se mantienen los pequeños puestos que producen buena parte de la basura que se acumula en los arrecifes.

Los tenedores, cuchillos, platos y vasos desechables están por doquier. También las botellas, las cajas, las latas, las cajetillas vacías de cigarrillos y, para hacer la visión menos agradable aún, los pequeños vertederos en los que la gente acumula las fundas de basura.

Tirar las cosas en esta zona no es nada difícil: los montes, las hierbas y los matorrales que se suceden a lo largo del litoral son propicios para ello. Allí es fácil encontrar despojos tales como un perro muerto en plena descomposición.

Más tolerables, aunque menos biodegradables, son los restos de electrodomésticos, de carros y de materiales de construcción. Todos, sorteados a lo largo de los montes, conviven junto a las uvas de playa y las palmeras.

En las zonas en las que hay menos basura el panorama es completamente diferente: hay caballos, e incluso burros, que pastan tranquilamente. El tiempo, para ellos, no existe.

Amén de todo lo que la gente puede encontrarse si se detiene a fijarse en todo el litoral de las avenidas, el último eslabón de esta gran cadena de abandono es el mismo hombre: los borrachos, vagabundos y locos deambulan por el Malecón y la Autopista de Mayo como si estuvieran en casa. Algunos, incluso, se incomodan al ver a los visitantes. Otros, los más etilizados, piden dinero para comer.

Ellos, sin embargo, son el detalle menos chocante. Más amargo es ver cómo se mancilla al paisaje mancillado y cómo se ensucia al Mar Caribe. Nadie, al recorrer la zona, saldrá de su asombro.

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