Lacay, Pichardo y la goleta “Puerto Plata”

<p>Lacay, Pichardo y la goleta “Puerto Plata”</p>

FERNANDO BATTLE PÉREZ
En un artículo previo describimos cómo en la mañana del 22 de septiembre de 1949 un poderoso mar de leva causado por una tormenta tropical proveniente de un huracán de categoría 1 que se degradó frente a nuestras costas, hizo naufragar a la pequeña goleta “Puerto Plata”, en las inmediaciones del Placer de los Estudios, destrozada al chocar con los restos sumergidos del crucero acorazado USS Memphis, lanzando a sus cuatro tripulantes a las agitadas aguas, frente a los filosos acantilados y a una muerte casi segura.

Movidos por una profunda compasión humana y a riesgo de sus propias vidas, tres valerosos jóvenes y excelentes nadadores, José Miguel Buenaventura Lacay Alfonseca, Tulio Pichardo y el arquitecto finlandés Egon Brandt se lanzaron al rescate de los marinos de la goleta.

Metido en el furor de las olas, Lacay nadó hacia los náufragos pero no tardó en regresar al frente del acantilado en donde consiguió asir y sostener por un tiempo una soga que sujetaba desde arriba Mimín de la Cruz, amigo y entrenador de natación de los Scouts, quien desesperado lo estimulaba a resistir hasta tanto llegara una ayuda más efectiva. Pero el joven estaba exhausto y lesionado y un golpe de mar no tardó en hacerlo desaparecer bajo las aguas, tras lo cual a De la Cruz, que lloraba por el amigo, lo retiraron del acantilado temiendo que se lanzara también a las aguas. Al morir, Lacay dejó en horfandad paterna a un pequeño niño, el reputado artista José Lacay.

Igual infortunio corrió Pichardo, fornido joven de 26 años, de profesión electricista, a quien el mar se lo tragó rápidamente. Al finlandés Brandt uno de los náufragos lo agarró, peligrosamente, por una de sus piernas, pero la fuerza del mar lo liberó y luego, junto al acantilado, una ola “generosa” lo elevó lo suficiente como para que los jóvenes Rosendo Robles y Leniver Napoleón Pichardo lo agarraran evitando que fuera arrastrado de vuelta al mar. Herido y con varias contusiones fue hospitalizado en el hospital Padre Billini.

En poco tiempo, habían desaparecido los cuatro náufragos y dos de los rescatistas y en lugar sólo se veían los restos de la goleta flotando y golpeando las rocas; dos tablones recuperados fueron de honda significación, uno con el nombre de la embarcación y otro con la inscripción “Dios con nosotros”. Varios de los rescatistas del acantilado resultaron lesionados incluyendo el reportero Reyes Vargas, de El Caribe.

Tres días después se montó un operativo para el rescate de los cadáveres encomendado a tres buzos de a puro pulmón dirigidos por Ramón Castillo (+1997), llamado el “Buzo sin Escafandra” por la extraordinaria capacidad que tenía de soportar inmersiones prolongadas, quien se dedicaba a sacar metales del Memphis y siendo “dueño” del lugar lo conocía muy bien, además de tener una gran experiencia en este tipo de rescate. Se suponía que los restos habían quedado atrapados en alguna de las cavernas debajo del acantilado o en los “tres lóbregos pisos sumergidos del Memphis” (tres cubiertas sumergidas) El intento, para el que se congregó un numeroso público, no se materializó; fue suspendido por las autoridades al picarse peligrosamente el mar. Hasta donde se sabe, los restos nunca aparecieron.

A diferencia de las violentas embestidas del mar Caribe en el Placer de los Estudios y en el litoral sureño del país del 27 de septiembre de 1908 (la balandra “La Aurora”), del 29 de agosto de 1916 (naufragio del “USS Memphis”) y del 24 de junio de 1936 (día de San Juan Bautista), tratados en artículos previos, en el presente no hubo signos ni sospechas de componentes telúricos y su severidad probablemente fue también menor.

Cerró el círculo de los cuatro grandes episodios, de gran connotación trágica en el lugar y en sus inmediaciones, ocurridos en la primera mitad del siglo XX, lugar recientemente pretendido para asentar una fabulosa construcción, una isla artificial, con contrato aprobado congresionalmente, ahora engavetado, congelado, pero no muerto, en espera quizás de algún calor reanimante….¿Quién sabe?

La generosa ofrenda que de su vida hicieron estos nobles jóvenes fue exaltada en la prensa y en círculos capitaleños, pero sólo eso. Si la ciudad supo retribuirle a los “mártires” del mar de leva de 1908 con un sencillo monumento (cenotafio) enclavado en el lugar en el que sacrificaron sus vidas, ¿porqué no hacer lo mismo o algo parecido con Lacay y Pichardo? Si de paradigmas de alto valor estamos necesitados para nuestra juventud, ellos, a pesar del tiempo transcurrido, son excelentes modelos para tal propósito. (Referencias: diarios El Caribe y La Nación, ediciones del 23, 24 y 25 de sept. 1949. Freddy Gómez Villalón: “Se los Tragó la Furia del Caribe”. HOY, 24 de sept. 1994).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas