El carácter épico-agonístico de las competiciones a partir de los Juegos Olímpicos de la antigüedad como una expresión de la cultura helénica, reaparece muchos siglos después con la restauración de los Juegos Modernos a partir de 1896, hasta alcanzar los niveles de cobertura global de nuestros días, reforzando la tradición de los niveles de afectividad con que suelen manifestarse los atletas y deportistas, al extremo de llorar sin poder contener las lágrimas cuando una adversidad o gloria les sobreviene.
En estos momentos en que realizan los Juegos Olímpicos de Río 2016, el acontecimiento planetario de mayor impacto a través de los diversos medios de comunicación, se conjugan múltiples emociones a granel entre los miles de participantes en procura de preseas, mientras millones de seguidores se desviven en torno a los resultados.
El pasado lunes a través de las principales cadenas de transmisión se pudo observar uno de los tantos casos típicos de jolgorio desbordante ante la cristalización de un importante logro. El protagonista lo fue el colombiano Oscar Figueroa Mosquera, quien ganó la medalla de oro en levantamiento de pesas, en la categoría de 62 kilos en una final llena de emociones, convirtiéndose en el primer hombre de su país en obtener una presea dorada en la justa.
Figueroa fue el mejor frente a cotizados contrincantes al sumar un total de 318 kilos en las pruebas de arranque y envión. Muchísimas personas pudieron apreciar su demostración gestual con un torrente de lágrimas, mientras levantaba sus puños, se quitaba las zapatillas, besaba las pesas y daba gracias a Dios. Venía de sobreponerse de una serie de inconvenientes: dos cirugías de columna vertebral, dos de rodillas y problemas judiciales.
Casi de inmediato relacioné ese hecho con un artículo que conservo, escrito hace algunos años por el notable escritor y lingüista español Fernando Lázaro Carreter, titulado “Desmesuras Deportivas” donde explica que en los Juegos, mientras el juglar-locutor hacía notar que el semidios o la semidiosa no pueden contener las lágrimas, ello es anejo (consustancial) al carácter épico del deporte. Y agrega, que de Homero a Ariosto, pasando por los gestos medievales, todos los grandes héroes derramaron llanto.
Todavía está fresco el mar de lágrimas de Félix Sánchez, al obtener un medalla de oro en 400 metros con vallas en Juegos de Londres 2012, sorprendiendo a todos, pues había casi un consenso de que no tendría posibilidades pues parecía haber entrado en decadencia por sus resultados en competiciones menos exigentes. El “Súper Sánchez” se cubrió de gloria, convirtiéndose en el único dominicano en obtener dos preseas doradas en Juegos Olímpicos.
Lázaro cuestiona el hecho de que mientras “los burócratas del llamado Movimiento Olímpico” siguen diciendo que el deporte pacifica, en la práctica se despliega una lucha agonal; de igual modo el lenguaje que utilizan las crónicas deportivas constituyen el reino natural del énfasis, la hipérbole y la desmesura.
El ex Director de la Real Academia Española sostiene que en general las hipérboles deportivas suelen ser enérgicas, dinámicas, ardorosas y caracterizadas por la exageración e influencia del ámbito épico-guerrero. Pone algunos ejemplos, como cuando se trata de “desmantelar” a los rivales, para lo cual son necesarios el arrojo, los explosivos, las armas y los ingenios bélicos. Califica como un “estúpido” anglicismo decir que un corredor, o jugador o nadador o jinete se muestre “intratable” que no lo califica de mal educado, sino de invencible.
“La metonimia se da en viejas acuñaciones como llamar “cuero” al balón, “colegiado” al árbitro y “meta” al portero. Se emplea profusamente por los cronistas deportivos, unas veces para evitar repeticiones, pero otras veces por mero adorno y caracoleo de estilo.”
Son muchísimos los casos que en distintos países y regiones se producen estas metonimias e hipérboles en las crónicas deportivas tanto escritas como orales. En el imaginario popular dominicano, se recuerda cuando en la pelota de La Normal el estelar narrador Félix Acosta, exclamaba “Por ahí viene los Tanques”, refiriéndose a la poderosa triada de toleteros del Licey, compuesta por Luis Rodríguez Olmo, Alonso Perry y Bert Hass. También el sobrenombre de “El Monstruo de Laguna Verde” a Juan Marichal, “La Hormiga Atómica” identificación del jardinero aguilucho Luis Polonia, entre otros.