Lágrimas y oraciones durante audiencia Quirino
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Lágrimas y oraciones durante audiencia Quirino<BR> en Suprema

POR LEONORA RAMÍREZ S.
Antes de que su padre, Quírico Paulino, lo abrazara, Quirino Paulino Castillo, acusado del tráfico de 1,387 kilos de cocaína, mantuvo la cordura. Después de ese momento no pudo contener las lágrimas, por el saludo de familiares y amigos que aprovecharon el receso de los jueces de la Suprema Corte de Justicia para apoyarlo.

Mientras la secretaria del tribunal leía la decisión de los magistrados, relacionada con el traslado de él de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) a la cárcel de Najayo, y con la posposición para el viernes cuatro de febrero de la audiencia en la que se conoce el pedido de extradición hacia Estados Unidos, algunas mujeres oraban.

Al producirse el mandamiento, a las 3:00 de la tarde, la Cámara Penal de la Suprema Corte estuvo menos repleta que a las 10:00 de la mañana, al iniciarse el proceso. A esa hora, los oficiales de la DNCD lucían cansados, los familiares de Paulino Castillo desesperados, y la mirada de éste se perdía en un alto relieve que recrea el Cristo crucificado.

Pero la solemnidad de la sala se rompió cuando Negro Encarnación Castillo denunció, mientras sacaban a Paulino Castillo, que los enemigos de él estaban en la DNCD y que si algo le pasaba serían responsables.

«Con cuatro hombres como ese aquí no se necesitaría un Presidente», vociferó un compueblano de Paulino Castillo que, momentos antes de verlo salir cabizbajo y rodeado por más de una veintena de oficiales de la DNCD, dijo que «aquí hay muchos malditos ricos que no invierten en la gente. Este sí le daba a los pobres».

FAMILIARES DEFENSORES

El apresamiento de Paulino Castillo se produjo en el 18 de diciembre del 2004, en la avenida 27 de Febrero a esquina Núñez de Cáceres, cuando transitaba en un Mercedes Benz blanco, en compañía de su esposa Belkis Elizabeth Ubrí Medrano, quien está en libertad bajo fianza.

Antes de ese día era el amo y señor de Elías Piña, su provincia natal, donde tiene inversiones millonarias en la agropecuaria y otras actividades empresariales.

Además, posee en San Juan y Santo Domingo estaciones de gasolina, discotecas y agencias de venta de vehículos.

Sus familiares aseguran que cada centavo lo consiguió limpiamente y que nada tiene que ver este hombre con el negocio de las drogas; sin embargo, Estados Unidos lo pide en extradición por su supuesta vinculación con una red internacional de narcotraficantes.

También están implicados en este caso que salpica a políticos y militares de alto rango, el teniente coronel policial Lidio Arturo Nin Terrero, el chofer Tirso Cuevas Nin, y el casacambista Eleuterio Guante, quienes guardan prisión en Najayo.

ENERGIA POSITIVA

A las 9:00 de la mañana una comitiva que dijo viajó desde Elías Piña estaba ansiosa por ver a Paulino Castillo, precisamente a esa hora lo condujeron los oficiales de la DNCD hacia la sala de audiencias.

Previo a la llegada de los jueces, el recinto se convirtió en un laboratorio de disquisiciones sobre la débil soberanía del país en tanto se atienden con servidumbre los reclamos de Estados Unidos.

Algunos apostaban al triunfo del prevenido porque Carlos Balcácer, uno de sus abogados, «es un matatán, se las sabe todas». Otros prefirieron discutir sobre gallos, trabas y espuelas, o el triunfo de las Águilas Cibaeñas.

Cuando Gisela Cueto, la representante del ministerio público, y la barra de la defensa, integrada también por Damián Olivares y Freddy Castillo, comenzaron a litigar, se escucharon toda clase de primores.

La Cueto reveló que le gustaba la energía positiva de los hombres y por eso fue reforzada con dos abogados más, al responder a las alusiones de Balcácer, quien cuestionó que ella calificara el pedido de extradición como un simple trámite, mientras tenía la ayuda de dos abogados.

Y como si tratara de minimizarlo contó que una persona le dijo que ella estaba en esa audiencia «tirando piedras para los más chiquitos».

DOMADOS POR EL SUEÑO

Los defensores de Paulino Castillo solicitaron «al augusto imperio» de los jueces que regularizaran la prisión de éste, lo cual fue concedido al ordenar su traslado a Najayo, y Cueto pidió que bajara de estrado el abogado Tomás Castro, defensor de los otros implicados en el caso, porque no había vínculos entre estos y el proceso que conocía la Suprema Corte.

Esa solicitud también fue concedida, previo a una fervorosa exposición de Balcácer, quien pasó, de defender a Castro, a relatar que ni a presos «tan peligrosos» como Claudio Caamaño y Maximiliano Gómez (contrarios a los primeros 12 años de gobierno del extinto presidente Joaquín Balaguer), se les impedía conversar con sus abogados, como ocurría con Paulino Castillo.

Los magistrados Hugo Álvarez, Julio Ibarra Ríos, Dulce Rodríguez, Víctor Castellanos y Edgar Hernández, escuchaban con atención los enfrentamientos, las hipérboles jurídicas… pero uno que otro se perdía en la rebeldía de un bostezo.

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