Lamenta  muerte del profesor Víctor Arias

Lamenta  muerte del profesor Víctor Arias

Se ha marchado mi querido profesor Víctor Arias y se ha ido en esta Navidad con su sopor de nostalgia, con su soledad, con su tristeza, con el dolor de las injusticias de este mundo.

 Murió de nostalgia y tristeza, que lo sepa el mundo. Murió de abandono y soledad un hombre que dio tanto cariño, que formó varias generaciones.

 Yo escribo con lágrimas, escribo con pesar y amargura. Yo mismo siento rabia de mi mismo.

¿Dónde estaba yo cuando el profesor sufría y necesitaba una mano amiga? La carretera, siempre la carretera, como el corre-caminos infinito de nuestros cuentos de infantiles.

 Atravesó otra dimensión el forjador de generaciones, el profesor que nos enseñó que nosotros éramos importantes, el hombre que nos enseñó que en algún lugar del mundo nos esperaban en los porvenires de los tiempos.

 Ha muerto el profesor Arias, solitario, alejado, insólitamente solo, en una comunidad llamada Bajabonico, de la cual siempre me habló en mi infancia.

Había venido huyendo por razones políticas, porque era   revolucionario de ideas claras,  hombre que no bajó su bandera,    socialista comprometido.

Llegó a la comunidad de La Victoria, en Santo Domingo Norte,  y se dedicó a la enseñanza y arrastró sus huellas de educador por toda la zona.  La política contiene pócimas amargas como la cicuta que bebió  Sócrates centurias atrás en tierras lejanas.  Arias fue una víctima de las intolerancias y de las intrigas. Un día fue dejado fuera de las aulas, de las aulas que él amaba, fue alejado de sus alumnos, de la profesión que él amaba.

  Y luego la desgracia tocó a su puerta. Su amada esposa Elvira murió  en un accidente de tránsito y el profesor desapareció sin estampar sus huellas, se fue con sus muchachos quien sabe dónde. Y todos se preguntaban ¿Dónde está el poeta? Un día una discípula lo localizó barbudo, con el rostro cubierto de nieve, encerrado en una choza en su pueblo natal, y correteó ella detrás de mí para entregarme el libro de su autoría “Los Hijos del Carpintero”.

Luego, el poeta, hombre inteligente, capaz de fabricar un transmisor de radio, instaló unos equipos en su casita y allí tenía Internet y entró por el túnel de la modernidad y eso le daba vida a mi querido profesor. Siempre nos comunicábamos. En los días del terremoto que destruyó Puerto Príncipe estuvo desesperado por saber de su querido discípulo.  El correo de mi amigo Luis Enrique Antigua Rozón trajo la neblina a mi alma. Mi hija, Melanie, de cinco años, me pregunta por qué lloraba y le digo que lloro por ella, por mí, por el profesor Víctor Arias, y por esta humanidad que se extingue en un vapor de indolencia.   

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