Lamentable

Lamentable

Hace años, muchos años, que las calles de Santo Domingo no se veían en tan deplorables condiciones como las que se observan hoy.

Es evidente, asimismo, que las torrenciales lluvias de los últimos meses han agravado la situación, pero no se puede negar que el descuido manifiesto ha convertido simples hoyitos en las vías en insalvables troneras.

Hablamos muchísimo de los beneficios que nos deja el turismo. Cierto. Al turista ofrecemos a veces, sin embargo, espectáculos que no son más que producto de nuestra irresponsabilidad, de nuestra desidia, de nuestra falta de sentido común.

Tenemos, por ejemplo, un estado calamitoso en la esquina formada por las calles El Conde y 19 de Marzo. Y mientras nos empeñamos en adoquinar nuevas vías, nuevas aceras, en una especie de alarde que contrasta con nuestra pobreza, la esquina citada es una verdadera ruina, con hundimientos que causa vergüenza observarlos.

[b]¿A quién reclamar que cumpla con sudeber?[/b]

Son muchas las calles de la capital –quizás centenares– que lucen en deplorables condiciones y que constituyen caldo de cultivo para maltratar los vehículos que por allí transitan, en una época en que culquier pieza de repuesto cuesta un ojo de la cara y a veces se piensa que para reparar un automóvil será necesario un acuerdo personal con el Fondo Monetario Internacional y la concertación de un préstamo con un organismo multilateral de crédito.

Se nos dirá que no es fácil adquirir RC2 para la reparación de las vías. Que el precio del petróleo sube cada vez más. Y vendrán otras excusas. Algunas, a lo mejor, serán entendibles y atendibles.

Pero es muy claro que quienes tienen a su cargo el mantenimiento y la reconstrucción de las vías públicas juegan con los munícipes.

[b]Consecuencias[/b]

La mayoría de las vertientes de la crisis económica -déficit financiero, falta de energía eléctrica, escasez de combustibles, desempleo y otras- son cuantificables en magnitudes que todos conocemos, pero no ocurre lo mismo con ciertas consecuencias derivadas de estas debilidades.

Los efectos de cada uno de estos elementos de la crisis dejan secuelas patológicas difíciles de medir y cuantificar, pero tan reales como los megavatios dejados de generar, los galones menos de combustibles en el mercado o los dólares faltantes para estabilizar el mercado cambiario.

Varias asociaciones de especialistas médicos -de cardiólogos, sicólogos, siquiatras, neumólogos y neurólogos, para citar unas cuantas- han advertido sobre eumento de los casos de trastornos respiratorios por las emanaciones de las plantas eléctricas de emergencia, alteraciones del temperamento y del sistema nervioso, cardiovasculares y de otras índoles. ¿Cuánto representa esta incidencia en términos económicos por concepto de discapacidades, compra de medicinas, servicios médicos y otros costos asociados? Sería difícil tener una respuesta acertada, precisa, siquiera aproximada a la realidad.

Esas secuelas que no se ven, que no aparecen tan ordenada y claramente cuantificadas como los megavatios y los galones, están presentes en la vida de los dominicanos y constituyen, sin duda, factor de agravamiento de unas condiciones de vide que debemos procurar mejorar a toda costa y cuanto antes.

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