Como mi viejo amigo siempre ha sido un mujeriego empedernido, me sorprendió escucharle despotricar contra las féminas.
-Estoy de acuerdo con que la mayor mentira que puede decir un hombre es que entiende a las mujeres, porque llevo treinta años casado, y cada día entiendo menos a la mía-dijo, con rostro y voz donde se notaba su ira.
-Pensaba que con tu vasta experiencia de faldero, conocías siquiera medianamente a esos encantadores seres- repliqué.
-¿Encantadores, encantadores dijiste, o fue que oí mal? Preguntó, manteniendo la expresión contrariada en su rostro de cincuentón.
-¿A qué se debe ese cambio de opinión respecto a las mujeres, en un hombre al cual oí decir más de una vez que eran lo mejor Dios había inventado?
Una carcajada breve y poco espontánea brotó de los labios de mi interlocutor, antes de responder el señalamiento.
-Seguramente todas las veces que dije ese disparate, me había disparado previamente algunos tragos de romo, y no estaba en mi sano juicio. Ningún hombre que crea en Dios, puede alabarlo por su mayor error.
-Cuidado, que si él no hubiera creado las mujeres, en vez de la vida de tenorio que has llevado, serías cundango por obligación.
Ante aquellas palabras, el hombre reaccionó con un brusco movimiento de cabeza, y una expresión asqueada en el rostro.
-Déjate de vainas, que si solo hubiera en el mundo un solo sexo, no existirían las categorías de homosexuales y heterosexuales.
-Y te sentirías conforme con tu condición pajaril, aunque no te imagino andando de manitas cogidas con un machazo de barba, bigote, y voz ronca- expresé, con el fin de ponerlo a coger cuerda.
-Ya está bueno de burlas, pero el disgusto con mi mujer se debe a que me descubrió una jugada con una prima de ella.
-¿Es la primera vez que te agarra fuera de base?- pregunté.
-Sí, la primera en todo el tiempo que llevamos de casados, y tuvo el tupé de ponerme el divorcio; esa desconsiderada no aprecia que a pesar de haberle pegado cuernos muchas veces, lo hice por respeto a ella con tanto cuidado, que solo esta vez se enteró; pero así son de injustos estos animalitos de dos patas.
Ante la expresión de víctima que ensombreció su rostro, fingí un ataque de tos para detener un inicio de carcajada.