JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
La noche del 27 de septiembre del 1930 el cuervo agorero de la tragedia, aleteó con violencia y graznó para sembrar el pavor, en el Parque Colón y en la ciudad toda.
Hacía un mes y once días apenas, que con el sombrero emplumado de Lilís se había juramentado como Presidente de la República el Brigadier Trujillo, protagonista del golpe santiaguero del 23 de febrero. El juramento fue en el mismo Parque Colón frente al Senado que presidía Mario Fermín Cabral.
Alberto Larancuent Ramírez era un líder político de gran arraigo en La Romana y comarcas aledañas, a pesar que era nativo del barrio capitaleño de San Miguel o quizás de San Pedro de Macorís. Hombre de reconocido valor, de recia personalidad y de notable inteligencia natural, había sido contrario a la candidatura presidencial del brigadier que tenía como cubil la Fortaleza Ozama.
Tres días antes de resultar víctima del grosero atentado de la noche del 27 de septiembre, Larancuent había sido puesto en libertad. Estuvo preso por su desafección a la candidatura del Brigadier Trujillo. Larancuent se encontraba desarmado, estaba sentado en un banco de hierro pintado de rojo, frente por frente a la estatua de Colón y de espalda a la Catedral. Se encontraba conversando con los señores Oscar Lluberes, Manuel Diógenes Soto y un tercer amigo cuyo nombre no se pudo determinar.
Entre las 8.15 y las 8.30 de la noche aciaga, se aproximó al grupo por detrás y sin ser advertido un desconocido, y acercándose sorpresivamente a Alberto Larancuent le hizo un disparo, hiriéndolo por detrás del cuello. Hombre que desconocía el miedo, Larancuent se levantó inmediatamente dándole el frente al vulgar agresor. Entonces recibió otra herida en la mano derecha. Los amigos que lo acompañaban pretendieron defenderlo; pero estaban desarmados. Larancuent se movilizó y seguido de cerca por el criminal agresor llegó al redondel donde se colocaban las bandas de música que ofrecían los conciertos retretas en el parque. El alevoso atacante volvió a disparar y en esta ocasión le ocasionó al desarmado agredido tres impactos de balas. El agresor entonces emprendió la retirada a pasos bien ligeros.
El bravo Alberto Larancuent Ramírez trabajosamente trató de cruzar hacia la acera de la casa de la señora Mercedes Delmonte. El herido recibió los auxilios del señor Armando Suazo quien lo condujo por la acera hasta el frente del café Flor de Asturias y luego hasta la farmacia de don Juan Bautista Marrero.
El herido con coraje habló y dijo: «Me han cosido a balazos».
Con grandes afanes el señor Armando Suazo trataba de encontrar ayuda para el herido en la farmacia del señor Marrero. Pero Suazo y Marrero se dieron cuenta de la gravedad de las heridas y pensaron que la actuación urgente de algunos facultativos era imperiosa. Suazo siguió con el herido hasta la esquina Meriño donde había un negocio de unos chinos, en los bajos del salón fotográfico de don Alejandro Senior. Pensó que ahí encontraría un carro. Precisamente ahí apareció el carro. Pensó llevarlo a la «Sala de Socorros»; pero cambió de parecer y se encaminó al Hospital Padre Billini.
Antes de relatar lo ocurrido en ese establecimiento hospitalario, se impone decir algo del individuo que realizó los disparos. El mismo herido aseguró que nunca lo había visto, que era un sujeto de piel clara, más bien bajo que alto, delgado y que andaba vestido con una americana blanca y un pantalón oscuro.
Esto descarta lo que siempre creyó su hijo César Federico, con respecto al agresor real de su padre. El hijo creía que el criminal verdadero había sido el teniente Amado Mateo (Tizón). Tizón era un hombre de piel negra. Tampoco el agresor fue alguien que equivocadamente también fue señalado (El Larguero alias El Indigno), este era un hombre de considerable estatura. De donde creemos que el verdadero agresor parece que fue tragado por el vientre del misterio y se quedó para siempre en el anonimato.
Alberto Larancuent en la sala de cirugía manifestó su deseo de que lo operaran sin anestesia. Claro está que no fue complacido por los cirujanos actuantes que fueron los doctores José Dolores Mejía y Abreu Miniño. La operación fue larga. Los cirujanos se enfrentaron con cinco heridas de balas. La primera le perforó el cuello; la segunda le perforó la mano derecha; la tercera le perforó diez veces los intestinos; la cuarta bala entró por el pubis y le ocasionó dos perforaciones en la vejiga y la quinta bala le atravesó los órganos genitales. Era un hombre de unos cuarenta años, de una fortaleza extraordinaria y después de una larga lucha ante lo imposible el herido duró vivo, hasta las cinco de la tarde del día 28. Su viuda doña Luz Rijo Báez decidió enterrarlo en La Romana el día 29 a las nueve de la mañana.
Después vino el martirologio de los descendientes. Un hijo Alberto Larancuent Polanco fue asesinado en La Romana el 12 de noviembre de 1948. Un segundo hijo Ramón Larancuent (Mon) fue ultimado en los rieles de un central azucarero. Y en el 1959 con los Hombres de la Raza Inmortal vino su hijo César Federico Larancuent Rijo. Tengo que confesar que he exprimido mi caletre, mi memoria, para referir cosas que leí hace ya un tiempo largo en El Archivo General de la Nación, propiamente en el diario La Opinión del día 29 de septiembre de 1930.
En verdad de verdad, los hijos de Alberto Larancuent Ramírez y doña Luz Rijo Báez: Luz Celeste (Zunún), Gladis, Luis Alberto (Pumpum) y César Federico (El Alemán), más que mis amigos entrañables fueron mis hermanos del alma.