Cuando la agricultura era el pilar de la economía dominicana, y la Ingeniería Agronómica la carrera del futuro, a finales de la década de 1960, Inés Brioso, Brinela Wagner y Maritza Olivero se inscribieron en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en 1966 para estudiar una profesión que estaba encerrada en el ámbito de los hombres.
Oriundas de San Cristóbal, Nagua y Barahona, respectivamente, las entonces bachilleres rompieron con las barreras y prejuicios de sus entornos familiares, y con los de algunos compañeros de promoción que, hacían explícito su rechazo, minimizando sus aptitudes para desarrollarse en esa área dominada por los hombres.
La presión social era tan fuerte, sobre las profesiones que debían ejercer las mujeres, que Olivero ocultó por dos años a su familia que estudiaba Agronomía, y en ese período hizo malabares para que su hermano creyera que se preparaba para una licenciatura en Farmacia.
Wagner estaba decidida a estudiar Medicina, pero posteriormente descubrió que no era lo suyo, y optó por Agronomía. Seis meses después fue que informó a su familia el cambio de carrera.
“Ahora que yo estoy haciendo un diplomado en Educació Inclusiva es que yo veo lo exclusiva que era la UASD, no como institución, sino por el machismo vigente que es parte de la idiosincracia dominicana.
“Para mí fue muy difícil, yo creo que para todas, porque nos sentíamos rechazadas, aunque había compañeros que sí nos protegían”, refirió.
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Brioso tenía programado estudiar Derecho, porque esa era la carrera que le gustaba, pero en las pruebas psicométricas que tomó en la universidad salió muy inclinada hacia las Ciencias Naturales.
“Entonces escogí Agronomía porque era el boom de la agricultura, nos la vendieron como la profesión del futuro, y yo la escogí, pero no tuve problemas en la casa, aceptaron mi decisión”.
Pero si su aceptación fue difícil en el entorno profesional, aunque hubo grandes excepciones con personas que las respaldaron, casi traumático fue el rechazo que recibieron de parte de los agricultores y los ganaderos que se negaban a ser asistidos por ellas, simplemente porque eran mujeres.
No solamente dudaban de sus capacidades, sino que hubo casos en los que quienes las aceptaban en sus fincas les decían que no podía ir si tenían el período menstrual, porque eso afectaba la siembra, o que las mujeres estaban hechas para parir y para la cocina.
Poco a poco fueron desmontando esos prejuicios, a partir de la eficiente asistencia que les ofrecían. De hecho, no fue casualidad que en una evaluación que hizo la Secretaría de Agricultura en 1973, para ocho vacantes disponibles, sus notas superaron a la mayoría de los participantes, que eran hombres.
“El expresidente Hipólito Mejía, que era dirigente de la Asociación de Profesionales Agrícolas, fue a vernos, porque hasta la prensa registró que tres mujeres habían acabado con todos los hombres”, dijo Olivero.
El desaparecido periódico El Sol hizo una reseña titulada “Liberación femenina invade Agronomía”, copia que aún conservan.
Una mirada crítica
Brioso, Olivero y Wagner conocen de la A a la Z los avances y s atrasos que caracterizan a la agropecuaria dominicana, lo que a su entender se debe a que, por la depreciación de los rubros locales en los mercados internacionales, y paralelamente la irrupción del turismo como el nuevo motor de la economía dominicana, la desidia oficial convirtió al sector en una Cenicienta.
Por eso hoy es casi inexistente la transferencia tecnológica, que implica el acompañamiento al agricultor y al ganadero para que aumenten el rendimiento en sus respectivas actividades, a la par la ausencia de investigación, explican las profesionales de la Agronomía.