Las aguas y nosotros

Las aguas y nosotros

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

En muchos casos la ambición humana está por encima de las necesidades y el equilibrio que debe respetarse, para que la naturaleza nos siga proveyendo.

¿Acaso es nuevo el conocimiento del daño que produce la deforestación de las cuencas y orillas de los ríos? ¿Se desconoce el daño que produce cavar en el lecho de los ríos para obtener materiales para la construcción? ¿Se desconoce que se ´puede y se debe construir todo tipo de lagunas para regar los sembrados y dar de beber a los animales en el tiempo de sequía?

¿Quién no sabe que las aguas buscan su nivel aun después de que los ríos se hayan convertido en lechos secos cuyas piedras son usadas como materiales de construcción?

Puede leer: Era de esperar

¿Cuánta tierra llana y apta para el cultivo de alimentos es ocupada en el desarrollo de una ganadería, ríspida y lastimera, que ni siquiera ha imitado el desarrollo ganadero del Central Romana, que incluso ha creado una “subraza” el Romana Red?

Entonces, se puede, se puede, pero la ambición por el cheleo ha convertido en “ganaderos” a muchos improvisados desconocedores del ABC de la crianza de animales para engorde o para producir leche.

Durante el debate nacional creado por las Leyes Agrarias que envió el presidente Joaquín Balaguer al Congreso, Juan Bosch decía que se trataba de una maniobra de Estados Unidos para convertir a República Dominicana en un gran productor de frutas y con la desaparición de los grandes cultivos de arroz convertirnos en dependientes hasta en la alimentación.

En esos tiempos una ley del Congreso de Estados Unidos permitió crear un programa de “colaboración” o “ayuda” (siempre buscan un apellido falso pero sonoro) mediante el cual el magnífico ejercicio agroindustrial privado que era la Sociedad Industrial Dominicana (La Manicera) fue llevado a la quiebra. Sí, eso fue lo que ocurrió La Manicera desapareció porque el país fue invadido por un aceite comestible importado de los excesos de Estados Unidos. Llámenlo como lo llamen, porque todo el mundo cerró la boca, jodieron La Manicera.

¿Y qué era La Manicera? Un magnífico ejemplo de desarrollo agroindustrial que financiaba la siembra y compraba a buen precio la producción con la cual abastecía el mercado nacional de aceite puro de maní de excelente calidad. No parece casual que ocurriera poco después de la invasión militar de EUA contra la RD en 1965.

La sed de la tierra clama por una política nacional de aguas para la preservación de la vida, por supuesto imponerla significa colocar, en todos los casos, el interés nacional sobre el interés particular y aquí, eso es difícil, pero no imposible. ¡Manos a la obra!