Las agujas que ayudan a los búhos enfermos a volver a volar

Las agujas que ayudan a los búhos enfermos a volver a volar

MADRID. AFP. El paciente abre sus grandes ojos amarillos pero no hace ningún ruido mientras la acupunturista le planta cuatro agujas: en Brinzal, un centro de recuperación para rapaces nocturnas en Madrid, esta técnica permite que búhos enfermos vuelvan a la naturaleza.  

No es la primera vez que este pequeño paciente, un mochuelo común de 25 centímetros, se somete a las finas agujas: hace dos meses se lesionó el lomo cuando entró por error en el conducto de calefacción de una fábrica al este de la ciudad, situada sobre una meseta densamente poblada por estas aves.

Fue llevado a Brinzal, un albergue para aves situado en la Casa de Campo, gran parque al oeste de la capital española. Ahora yace, con su pecho jaspeado blanco y marrón moviéndose al ritmo de su respiración, mientras la acupuntora hace su trabajo.

«Al principio no se ponía de pie. Luego empezó a dar unos pasitos, y ahora ya vuela», explica la acupuntora, Edurne Cornejo, que hasta el momento ha sometido al pequeño mochuelo sin nombre a diez sesiones semanales.

Esta técnica «estimula mecanismos de autorrecuperación del organismo y no deja secuelas», subraya.

El uso de esta antigua técnica china en animales es cada vez mayor en todo el mundo, según la Sociedad Internacional de Acupuntura Veterinaria, una organización creada en Estados Unidos en 1974.

Veterinaria especializada en acupuntura para perros y gatos, Cornejo trabaja en Brinzal como voluntaria tratando a algunas de las cientos de rapaces nocturnas lesionadas que el público trae cada año.

En otra zona de este centro, unos 80 búhos reales, cárabos, mochuelos y lechuzas en varios estadios de recuperación se relajan o se entrenan a volver a volar en recintos cerrados.

Bandejas de pollitos muertos están dispuestas para que las aves se alimenten. En uno de los recintos, ratones vivos se contonean en las manos de los trabajadores que los preparan para el almuerzo de los búhos.

Psicología de rapaz. Unas 1.200 aves son traídas a Brinzal cada año, de las cuales un 70% se recupera y puede regresar a su hábitat salvaje, explica su coordinadora Patricia Orejas.

Este centro de recuperación de rapaces nocturnas abrió en 1989 y utiliza desde hace seis años la acupuntura, una técnica que según Cornejo se utiliza con animales en España desde la década de los 1980.

«Les damos rehabilitación física y psicológica», pero «hay casos irrecuperables», dice Orejas.

Algunas de las aves se acostumbran demasiado a la compañía humana y ya no logran readaptarse a la vida salvaje.

Entre ellos está Eire, una mullida cárabo común de siete años posada sobre una rama en un espacioso recinto, que parpadea ante los visitantes con sus grandes ojos negros.

Fue capturada y conservada como animal de compañía cuando era una cría y la trajeron al centro bastante tiempo después, cuando la vida doméstica impidió que pudiera vivir en la naturaleza.

Para las otras aves, Orejas y su equipo tienen métodos de entrenamiento para reavivar sus reflejos salvajes, enseñándoles qué animales son sus depredadores, situados por encima de ellos en la cadena alimentaria.

Les muestran ratas vivas o modelos de halcones al tiempo que oyen grabaciones del chillido de advertencia que hacen las rapaces en libertad, para enseñarles que esos animales representan una amenaza.

Si todo va bien, en meses las aves rehabilitadas pueden volver a los campos en torno a Madrid, contribuyendo al ecosistema comiéndose los ratones u otras plagas.

«Cuantos más comedores de ratones tenemos en el campo, menos problemas tenemos. No tenemos que utilizar pesticidas. Usar venenos puede ser malo para la salud de los seres humanos», señala Orejas.

«Al recibir animales con problemas, vemos realmente los problemas que hay en el campo», ya que las aves enfermas proporcionan indicios de las amenazas medioambientales en las áreas donde se alimentan, afirma. «De ahí podemos crear proyectos de conservación», agrega.

La coordinadora abre un recinto desde cuyo fondo mira con desconfianza una banda de búhos reales de rostro cuadrado.

Uno de ellos despliega sus alas, que abarcan 1,8 metros, y vuela hasta la entrada, antes de dar media vuelta y regresar a una distancia de seguridad.   «Esto es como deberían ser siempre: huyendo de nosotros», afirma.

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