Las alianzas: evidencias de carencias

Las alianzas: evidencias de carencias

RAFAEL TORIBIO
Proclamada formalmente abierta la campaña electoral para las elecciones congresionales y municipales, que informalmente hacía mucho tiempo que ya se había iniciado, y concluido el proceso de las alianzas, no así el de captación y postulación de aspirantes descontentos, convendría volver al tema de las alianzas entre partidos políticos y, conforme a lo que ha sucedido, que no ha sido poco, tratar de hacer una lectura sobre las lecciones que debieran ser aprendidas.

Antes, convendría hacer algunas puntualizaciones para evitar malos entendidos y situar las alianzas partidarias donde deben estar y desde dónde deben ser analizadas. Empiezo por reiterar que las alianzas entre diferentes partidos, además de ser normales en la democracia, ya son parte de la tradición en nuestro país. Recordemos que desde las primeras elecciones, después de la muerte del dictador Rafael Trujillo, en cada uno de los certámenes electorales se ha producido algún tipo de alianzas entre distintas fuerzas políticas. Lo novedoso ahora es que últimamente se están dando entre partidos mayoritarios que se consideraban antagónicos y con una historia de enfrentamientos. ¿Que ha sucedido, superación de diferencias y coincidencias ideológicas o programáticas, o simple predominio del “pragmatismo salvaje”?

Algo que también debiera ser señalado es que normalmente las alianzas realizadas hasta el momento han presentado estas características: se producen antes de las elecciones, no después de que cada partido, y los electores, hayan conocido su verdadera fuerza electoral; han sido para impedir que un contrincante no gane y casi siempre para ganar unas elecciones antes que para gobernar, ejecutando un programa de gobierno previamente acordado y compartido. Y estas características se han dado tanto en las alianzas entre emergentes con algún mayoritario, como en las que se han realizado entre los mayoritarios.

El proceso de las alianzas, con las jugadas y negociaciones que una iniciativa de esta naturaleza implican, ha puesto de manifiesto lamentables carencias y ha evidenciado, al mismo tiempo, comportamientos, individuales y colectivos, que resultan poco edificantes. Veamos algunos, en cada caso.

Se ha visto una gran carencia en materia de ofertas programáticas que contengan compromisos de realización, en forma de una agenda congresional y municipal, que sea asumida y defendida por los partidos. Estamos saturados de ofertas individuales de candidatos frente a sus electores sin estar necesariamente enmarcadas en una agenda nacional o local sustentada por el partido al que pertenece. Se ha evidenciado también la “desertificación ideológica” de partidos y candidatos, manifestada en que las diferencias entre los candidatos son, fundamentalmente, con relación a los cargos a que aspiran y los cuantiosos recursos que cada uno gasta en la campaña. Una diferenciación cualitativa de carácter ideológica entre los diferentes candidatos brilla por su ausencia.

El proceso puso en evidencia, además, lo que se ha convertido en una gran preocupación en el análisis político contemporáneo: la pérdida de contenido de la política. También hace ya un buen tiempo se viene observando que el contenido original y justificatorio de la política se ha ido perdiendo pues el compromiso con la búsqueda del bienestar de los ciudadanos, como objetivo final de la política, se ha sustituido por la lucha y búsqueda del poder por el poder mismo. De medio para ejecutar un proyecto de Nación, un programa de gobierno, o una agenda congresional o municipal, se ha convertido en un fin en sí mismo pues sed busca para disfrutarlo y ejercerlo por los beneficios que reporta para sí mismo y allegados. Por lo menos eso es lo que se aprecia en mucho de nuestros candidatos y políticos que lo han ejercido.

A lo anterior se añade la sensación que ha dejado en la ciudadanía el proceso de negociación hasta llegar a una alianza concreta: lo que se buscaba era, fundamentalmente, lograr mantener o acrecentar parcelas de poder para un mejor posicionamiento y desempeño en las elecciones presidenciales del 2008. Por eso, solo se habló de compartir un proyecto de Nación al inicio de las negociaciones, después lo que primó fue la simple “repartidera” de los cargos electivos en disputa.

Finalmente, lo más lamentable y doloroso ha sido la generalizada falta de coherencia y fidelidad a principios anteriormente defendidos: como partido se pacta con quien haga la mejor oferta y como candidato se busca y acepta la postulación de quien la ofrezca. Uno de los partidos ha llegado hasta presentarse como “la ambulancia que recoge los heridos” de una alianza concertada. Las contadas excepciones no hacen más que confirmar lo que se ha establecido como regla.

Hemos presenciado un espectáculo deprimente; una especie de bazar o mercado electoral donde todo se juega y donde todo es posible. ¿Es que no puede ser de otra manera?

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