Los aumentos de precio de artículos y servicios se extienden sobre estratos de población y golpean con saña a pobres y clase media reduciendo la calidad de vida con efectos prohibitivos sobre consumos de renglones que sin ser considerados imprescindibles, y formalmente caros estos de por sí, pasaron a ser usuales por ascensos sociales en el desenvolvimiento de muchas familias que a la carrera pierden poder de compra.
Las legítimas aspiraciones de sectores a posesiones y a participar de la modernidad, pues no solo de pan se vive, están hoy bajo un embate masivo que encarece productos finales de fabricación nacional o externa y de materias primas e insumos atados a importaciones y devaluaciones.
A los descalabros globales de producción y transporte se suman aumentos locales de costos operativos y de margen de utilidades a que recurren fabricantes e intermediarios llevados a mayores gastos de capital que se lanzan excesivamente a compensar lo invertido acrecentando retornos de liquidez.
Los peces gordos no deben erosionar los medios adquisitivos de sus congéneres de menores ingresos, generalmente fijos e insuficientes y sujetos a formas de remuneración que no bastan para enfrentar al efecto dominó que hace costar más casi todo. Es un fuego a la caldera que debería ser sofocado con expresiones de repudio, sanciones y acuerdos político-sociales porque tanto da al cántaro el agua, que al fin se rompe y enciende posiciones radicales.
Las pequeñeces salariales pasando las de Caín en estos momentos
El nadar en la abundancia sigue siendo privativo de una minoría
Ahora que se habla tanto de lo viral, los precios están contagiados