Mucho ruido y pocas nueces con un gobierno de transición dictando ultimátums que no pasan de intención ante la persistencia de acciones de civiles muy bien armados que queman puestos policiales cada semana y no han perdido el control de un solo metro cuadro del territorio haitiano que dominan desde hace más de un año. En unos escasos perímetros de relativa paz y orden se apiñan aterrorizados habitantes de la parte oeste de la isla con recortados accesos a la vida productiva y a la educación.
La inutilidad de estrategia y tácticas contra la violencia y la anarquía deriva ahora hacia nuevas amenazas para la República Dominicana con la aproximación a la frontera, más que nunca antes, de grupos sediciosos alentados por la incompetencia de las fuerzas reforzadas por kenianos con auspicio de la ONU que tienen en agenda combatirlos.
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Las autoridades de carácter mixto que deberían tener dominio de la situación se consultan agachadas, unas a otras, en busca de una nueva fórmula de dar batalla a la anarquía que ya las tienen virtualmente superadas.
Hasta ahora el blindaje limítrofe a base de tropas dominicanas ha parecido suficiente para que el país se crea protegido de irrupciones paramilitares desde su occidente; un mecanismo de defensa que debe estar apto para nuevos desafíos mientras por vía diplomática se reclaman iniciativas internacionales adicionales de pacificación para el respeto a esta jurisdicción territorial.