Las bases de la genealogía fragmentada

Las bases de la genealogía fragmentada

Elvira Lora

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Es en noviembre de 1923 cuando la acción abiertamente política de Petronila Angélica Gómez Brea de publicar íntegras en la revista Fémina las bases de la Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, que la labor de nuestras pioneras no solo se une a la ola internacional para alcanzar la ciudadanía de las mujeres, dotarlas de plenos derechos civiles, políticos y económicos; también, subvierte los códigos legislativos vigentes y comienza a crear conciencia común de una venidera ¡Tercera República con ciudadanas!

De aquellas ediciones del 15 y 30 de noviembre transcurre un siglo y coincide con una praxis editorial atada a la genealogía que puede reconstruirse a la luz del discurso periodístico, puesto que también aparecen amplios ensayos de María Luisa Angelis de Canino y Plácida Ventura, reafirmando la adhesión a los movimientos internacionales del feminismo génesis dominicano, especialmente aliado con las reformas urgentes para elevar la condición de las mujeres.

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En “El fantasma femenino”, la lectora Plácida Ventura atribuye a pensamientos infundados la creencia de que el feminismo y el alcance de los derechos políticos de las mujeres les restará sus características femeniles. Reafirma que al obtener la ciudadanía la «misión será cooperar al levantamiento de nuestro estatus moral, ayudaros en todo lo que sea posible, en armonía de nuestro carácter de mujer, para la completa satisfacción de nuestros compatriotas».

Y, en esto coincide con uno de los acápites de la “Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas”, que impulsa Petronila Angélica Gómez Brea, en alianza con la socióloga mexicana Elena Arizmendi, y la maestra normal y periodista española Carmen de Burgos: las féminas en el accionar público y político.

Mientras que en “Mercedes Solá y Rodríguez”, de María Luisa Angelis de Canino, resalta desde San Pedro de Macorís la vida de la impulsora del movimiento feminista transnacional, que había fallecido de manera reciente. A ella la considera «la mujer ideal» y solicita al Ateneo Puertorriqueño que en su sala figure el retrato de «la abnegada mujer que todo lo sacrificó en aras de ideales grandes y hermosos». Solá y Rodríguez fue directora de la importante revista «La Mujer del Siglo XX», y vicepresidenta del Comité de la Liga Femenina Puertorriqueña, por lo tanto, estuvo cercana a las gestiones de Arizmendi y de Burgos.

Hoy por hoy, aquellos derechos que la organización se proponía instaurar en la más amplia ola de reformas a favor de la mujer en la región, hasta ahora impulsada desde sus propias autonomías y principios emancipadores, se autoconstituyen en una de las pistas de la genealogía fragmentada de nuestra condición de ciudadanas, y por qué no, (re) colocarlos en nuestras conciencias.

¿Cuáles son los derechos civiles aspiran las mujeres de la Liga? Educación científica para las mujeres, conformación de comités de mujeres (para desarrollar actividades caritativas y educativas), igualdad de derechos civiles, mantenimiento de la nacionalidad al casarse con un extranjero, protección ante matrimonios no efectuados (ante el predominio de la bigamia) y reparación de la honra. La igualdad en el matrimonio respecto a hijos, hijas y bienes, persecución de la paternidad para la protección de la mujer y el niño. La prohibición de la prostitución.

En tanto, el principal derecho político lo constituía la “la igualdad completa: mujeres electoras y elegibles”. Y, en lo que respecta a la emancipación económica, en las bases de la Liga se propulsaba la igualdad salarial y el acceso igualitario a carreras y empleos.

Tras esta publicación, en cada edición de Fémina, Petronila, Consuelo y María Luisa, junto a colaboradoras que se unieron a la organización, se dedican a explicar la importancia de concretar las bases de la “Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas”, y también las del Programa de acción y resoluciones del Congreso Feminista Mexicano (1923); la Conferencia de La Habana organizada por la Liga Panamericana (1928), donde surge un organismo supranacional llamado Comisión Interamericana de Mujeres, y articula a las delegadas en la concreción de un “Tratado de igualdad de derechos entre mujeres y hombres”; así como el ideario de Abigaíl Mejía, que comienza a fraguarse desde 1926, fundamentando así las doctrinas del feminismo génesis dominicano, de esa genealogía que aun debemos continuar reconstruyendo.