Decía un austero padre de familia a los jóvenes vecinos de San Carlos que visitábamos asiduamente su casa, una verdad en la que él creía ciegamente: “Las buenas costumbres entran por la sangre.” Y, ejerciendo su tutela, ni corto ni perezoso, llegando a saber que uno de sus 7 hijos, particularmente los varones, había cometido una falta que merecía una buena pela, la correa no se hacía esperar.
Eran tiempos donde el padre tenía batuta y constitución siendo un celoso guardián del honor y respeto de la familia no permitiendo que ninguna de sus ovejas se descarriara, llegando a la edad madura a los 21 años y luego a los 18, con una buena educación.
Puedo testimoniar que nunca supe que sus hijos dieran motivo para que el padre se montara en ira. Bastaba una sola advertencia acompañada de un pescozón: “Que no vuelva yo a saber que eso se repita” siendo todos ellos, varones y hembras, buenos hijos, buenos padres y excelentes abuelos, de todo lo cual doy fe.
Siendo mozuelo, mi madre, Ana Ortiz, nacida en Villa Sombrero, Bani, Provincia Peravia, terminado el año escolar y comenzada las vacaciones nos preparaba una maletita mágica donde todo cabía y nada faltaba para que sus hijos pasaran sus vacaciones en el campo, entonces sin luz eléctrica, llevándonos de la mano alrededor del parque Independencia donde esperaba la guagua de Juan Melo, que tardaba más de dos horas en recorrer la misma distancia que ahora se recorre apenas en una hora.
Allí, disfrutábamos la vida del campo compartida con nuestra familia banileja, yendo al conuco, ordeñando vacas, jugando pelota, cazando con tirapiedras, volando chichiguas con los amigos que nos dejaran tan gratos e inolvidables recuerdos de una vida sana donde se respiraba aire puro, se tomaba agua fresca de tinaja y toda su gente en paz y armonía se trataba como hermanos compartiendo desde las ricas arepitas de burén, el convite de una siembra o cosecha, el tejado de una casita tan blanca y tan linda, como diría el trovador Juan Lockward, con un sentido de solidaridad y amistad fruto de la buena educación, de buenas costumbres inculcadas desde niño, siendo esa su mayor riqueza.Tiempo que se va no vuelve.
El ultra modernismo, la revolución tecnológica en el área de la comunicación que nos facilita el conocimiento, pero no el pensar que permita evaluar y visualizar hacia donde nos conduce esta modernidad que comienza con la disolución de la familia, los valores éticos y morales que se disuelven, siendo en gran medida los padres ineptos para servir de ejemplo de vida y corregir una conducta indeseable del hijo.
Ahora, en ese desordenamiento, se pretende legitimar el matrimonio entre adolescentes que no han llegado a vivir su propia vida, ni conocen lo que es la vida en realidad. Tal aberración debe ser radicalmente rechazada.
La tutela paternal no termina cuando los hijos despiertan a una nueva vida y necesitan mayor orientación de sus padres, la iglesia, los maestros y consejeros profesionales. El Maestro Eugenio María de Hostos decía: “No basta enseñar a conocer, se hace preciso enseñar a pensar.”